La tormenta del siglo - Stephen King
MIKE: Quíteselas.Linoge se deshace de ellas con sendas patadas. Mike le hace una indicación con lacabeza a Hatch, quien se inclina (mirando por el rabillo del ojo a Linoge mientras lo hace)para recogerlas. Tantea en su interior y luego las agita.HATCH: Nada.MIKE: Tíralas sobre el escritorio.Hatch le obedece.MIKE: Entre en la celda, señor Linoge. Muévase despacio y mantenga las manosdonde pueda verlas.Linoge abre la puerta de la celda y la hace oscilar un par de veces sobre sus goznes antesde entrar. La puerta chirría y no parece muy nivelada cuando queda abierta del todo. Linogetoca un par de las caseras soldaduras con la yema de un dedo y sonríe.MIKE: ¿Qué está pensando, que no podrá retenerle? Por supuesto que lo hará.Aun así, Mike no parece enteramente convencido, y Hatch todavía parece abrigar másdudas. Linoge entra en la celda, la cruza y se sienta de cara a la puerta. Encoge las piernashasta apoyar los talones (lleva calcetines blancos de deporte) sobre el catre y mira a lacámara entre las rodillas dobladas. A partir de ahora vamos a verle en esa postura durantecierto tiempo. Las manos penden lánguidas. Esboza una levísima sonrisa. Si viéramos a untipo como él mirarnos de ese modo, lo más probable es que saliéramos corriendo. Esamirada es la de un tigre enjaulado; muy fija y vigilante, pero llena de violencia contenida.Mike cierra la puerta de la celda y Hatch hace girar en el candado una de las llaves delmanojo. Tras hacerlo, le da una sacudida a la puerta. Está bien cerrada, pero aun así él y Mikeintercambian una mirada de desdicha. Esa puerta es tan estable como el último diente en lamandíbula de un viejo. La celda está destinada a tipos como Sonny Brautigan, quien tiene ladesagradable costumbre de emborracharse y tirar piedras a los cristales de la casa de su exmujer… no a un extraño sin identificación que ha matado a palos a una anciana viuda. Mikese dirige hacia la puerta de carga, echa un vistazo al pestillo y luego prueba a accionar elpomo. La puerta se abre con facilidad, permitiendo la entrada de una gélida ráfaga de vientoy un remolino de nieve. Hatch se queda boquiabierto.www.lectulandia.com - Página 114
HATCH: Mike, te juro que no cedía.Mike cierra la puerta. Cuando acaba de hacerlo entra en el cuartel Robbie Beals. Sedirige hacia el escritorio y tiende la mano hacia un guante.MIKE: ¡No toques eso!ROBBIE (retirando la mano): ¿Lleva algún documento de identidad encima?MIKE: Quiero que salgas de aquí.Robbie coge el letrero de broma y lo blande ante Mike.ROBBIE: Voy a decirte algo, Anderson; tu sentido del humor es enteramente…Hatch, que de hecho fue quien colgó el letrero del cuello del monigote, pareceincómodo. Ninguno de los otros dos se percata de ello. Mike arranca el maldito cartel demanos de Robbie y lo tira a la papelera.MIKE: No dispongo ni de tiempo ni de paciencia para esto. Sal de aquí o te echaréyo.Robbie mira a Mike y se da cuenta de que habla totalmente en serio. Retrocede hacia lapuerta.ROBBIE: En la próxima asamblea municipal, es posible que tengan lugar ciertoscambios en el brazo de la ley de Little Tall.MIKE: La próxima asamblea es en marzo; estamos en febrero. Así que lárgateahora mismo..Robbie se marcha. Mike y Hatch permanecen inmóviles unos instantes, y luego Mikeexhala un largo bufido. Hatch parece aliviado.MIKE: Creo que lo he llevado bastante bien, ¿no te parece?HATCH: Como todo un diplomático.Mike vuelve a inspirar y espirar con lentitud. Abre el paquete de bolsas. En cuanto él yHatch acaban de hablar, introduce los guantes manchados de sangre en sendas bolsas, y elgorro en una tercera.www.lectulandia.com - Página 115
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MIKE: Quíteselas.
Linoge se deshace de ellas con sendas patadas. Mike le hace una indicación con la
cabeza a Hatch, quien se inclina (mirando por el rabillo del ojo a Linoge mientras lo hace)
para recogerlas. Tantea en su interior y luego las agita.
HATCH: Nada.
MIKE: Tíralas sobre el escritorio.
Hatch le obedece.
MIKE: Entre en la celda, señor Linoge. Muévase despacio y mantenga las manos
donde pueda verlas.
Linoge abre la puerta de la celda y la hace oscilar un par de veces sobre sus goznes antes
de entrar. La puerta chirría y no parece muy nivelada cuando queda abierta del todo. Linoge
toca un par de las caseras soldaduras con la yema de un dedo y sonríe.
MIKE: ¿Qué está pensando, que no podrá retenerle? Por supuesto que lo hará.
Aun así, Mike no parece enteramente convencido, y Hatch todavía parece abrigar más
dudas. Linoge entra en la celda, la cruza y se sienta de cara a la puerta. Encoge las piernas
hasta apoyar los talones (lleva calcetines blancos de deporte) sobre el catre y mira a la
cámara entre las rodillas dobladas. A partir de ahora vamos a verle en esa postura durante
cierto tiempo. Las manos penden lánguidas. Esboza una levísima sonrisa. Si viéramos a un
tipo como él mirarnos de ese modo, lo más probable es que saliéramos corriendo. Esa
mirada es la de un tigre enjaulado; muy fija y vigilante, pero llena de violencia contenida.
Mike cierra la puerta de la celda y Hatch hace girar en el candado una de las llaves del
manojo. Tras hacerlo, le da una sacudida a la puerta. Está bien cerrada, pero aun así él y Mike
intercambian una mirada de desdicha. Esa puerta es tan estable como el último diente en la
mandíbula de un viejo. La celda está destinada a tipos como Sonny Brautigan, quien tiene la
desagradable costumbre de emborracharse y tirar piedras a los cristales de la casa de su ex
mujer… no a un extraño sin identificación que ha matado a palos a una anciana viuda. Mike
se dirige hacia la puerta de carga, echa un vistazo al pestillo y luego prueba a accionar el
pomo. La puerta se abre con facilidad, permitiendo la entrada de una gélida ráfaga de viento
y un remolino de nieve. Hatch se queda boquiabierto.
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