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After - Anna Todd

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—¿Te pones la alarma para asegurarte de que sólo te echas veinte minutos de

siesta? —dice en tono divertido.

—Pues sí, pero ¿a ti qué más te da? —Cojo mis libros, los coloco en el orden

de mis clases y apilo los apuntes correspondientes encima de cada uno de ellos.

—¿Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo o algo así?

—No, Hardin. No todo el mundo está chiflado por querer hacer las cosas de

una manera concreta. No tiene nada de malo ser organizado —le ladro.

Y, por supuesto, él se echa a reír. Me niego a mirarlo, pero veo con el rabillo

del ojo que se levanta de la cama.

« Por favor, no te acerques. Por favor, no te acerques…»

Se coloca delante de mí, mirando hacia el lugar donde y o estoy sentada sobre

mi cama. Coge mis apuntes de literatura y les da la vuelta un par de veces,

exagerando como si estuviera ante un extraño artefacto. Intento cogerlos pero,

como el capullo irritante que es, levanta más el brazo, de modo que me pongo en

pie para quitárselos. Entonces, Hardin los suelta en el aire y éstos caen al suelo

desordenados.

—¡Recógelos! —chillo.

Él me mira con una sonrisa maliciosa y dice:

—Vale, vale.

Pero a continuación coge mis apuntes de sociología y hace lo mismo con

ellos.

Me apresuro a recogerlos antes de que los pise, pero eso también parece

hacerle gracia.

—¡Hardin, para! —le grito justo cuando hace lo mismo con el siguiente

montón.

Enfurecida, me incorporo y lo aparto de un empujón de mi cama.

—Vay a, parece que a alguien no le gusta que le toqueteen sus cosas —dice

riéndose todavía.

« ¿Por qué siempre se está burlando de mí?»

—¡Pues no! ¡No me gusta! —replico, y me dispongo a propinarle un nuevo

empellón.

Él avanza hacia mí, me agarra de la muñeca y me empuja contra la pared.

Su rostro está a unos centímetros del mío, y de repente me doy cuenta de que mi

respiración es demasiado agitada. Quiero gritarle que me suelte y exigirle que

recoja mis apuntes. Quiero abofetearlo y echarlo de mi cuarto. Pero no puedo

hacerlo. Estoy paralizada contra la pared, y sus ojos verdes me tienen hechizada.

—Hardin, por favor. —Son las únicas palabras que consigo pronunciar.

Y, por el tono suave en que lo hago, no estoy segura de si le estoy rogando

que me suelte o que me bese. Mi respiración no se ha ralentizado; siento que la

suy a se acelera también, y su pecho se hincha y se deshincha a gran velocidad.

Los segundos parecen horas. Finalmente, aparta una de sus manos de mis

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