After - Anna Todd
—Sí —gimo.La sensación de que me lo esté haciendo así, contra la pared, con mis piernasen su cintura, es muy intensa y celestial.—Bésame —suplica.Deslizo la lengua por sus labios hasta que abre la boca y me deja adentrarmeen ella. Le tiro del pelo y hago lo que puedo para besarlo mientras él entra y salede mí más y más rápido. Nuestros cuerpos se mueven a toda velocidad, peronuestro beso es lento e íntimo.—No me canso de follarte, Tess. Joder… Te quiero —dice en mi bocamientras yo jadeo y gimo y siento esa presión en mi vientre cada vez másintensa.Gruñe un par de veces y yo grito. Estamos a punto de corrernos los dos.—Relájate, nena —me dice, y le hago caso.Sus labios siguen pegados a los míos, ahogando los gemidos de mi clímax.Entonces se tensa y estalla en el condón. Jadea y deja caer la cabeza en mipecho, abrazado a mí unos segundos más antes de levantarme, salir de mí ydejarme de pie en el suelo.Ladeo la cabeza contra la puerta y recupero el aliento mientras él le hace unnudo al preservativo, lo coloca en su envoltorio y se lo guarda en el bolsillo antesde volver a subirse los pantalones.—Recuérdame que lo tire en cuanto bajemos —dice con una carcajada, yy o me río como una tonta—. Gracias —añade, y me besa en la mejilla—. Nopor lo que acabamos de hacer, sino por todo.—No me des las gracias, Hardin. Tú haces por mí tanto como y o por ti. —Lomiro a los ojos verdes y brillantes—. Incluso más.—Qué va —dice meneando la cabeza y cogiéndome de la mano—.Volvamos abajo antes de que alguien venga a buscarnos.—¿Qué tal estoy? —pregunto peinándome con los dedos y secándome bajolos ojos.—Recién follada —bromea, y pongo los ojos en blanco—. Estás guapísima.—Tú también —le digo.En la carpa casi todo el mundo está bailando, y parece que nadie se ha percatadode nuestra ausencia. Nos sentamos y empieza otra canción. Es Never Let Me Go,de Florence and the Machine.—¿Te apetece bailar? —le pregunto a Hardin, aunque sé lo que me va a decir.—No, y o no bailo —dice mirando por encima de mi hombro—. A menos quetú quieras hacerlo —añade.Me sorprende su ofrecimiento y me emociona que se hay a prestado a bailarconmigo. Me tiende la mano pero en realidad soy yo la que nos conduce a la
pista de baile, que parece un tablero de ajedrez. Lo llevo a toda prisa, no sea quecambie de opinión. Nos quedamos al fondo, a una distancia prudencial de lamultitud.—No sé lo que hay que hacer —dice echándose a reír.—Yo te enseño.Le pongo las manos en mis caderas. Me pisa un par de veces pero lo pilladeprisa. Ni en un millón de años me habría imaginado que estaría bailando conHardin en la boda de su padre.—Vay a canción más rara para una boda, ¿no? —me dice al oído entre risas.—No, la verdad es que es perfecta —repongo con la cabeza apoy ada en supecho.Sé que no estamos bailando. Más bien estamos abrazándonos al ritmo de lamúsica, pero a mí me vale. Nos quedamos así durante dos canciones enteras, queresultan ser de mis favoritas. You Found Me, de The Fray, hace que Hardinempiece a reírse a carcajadas y me estreche entre sus brazos. La siguiente, unacanción pop de un grupo de chicos, hace que yo sonría y él ponga los ojos enblanco. Mientras suena, Hardin me habla de su abuela. Sigue viviendo enInglaterra pero él lleva sin verla ni hablar con ella desde que ella lo llamó parafelicitarlo el día en que cumplió veinte años. Se puso de parte de su padre duranteel divorcio y hasta encontró la manera de disculpar su alcoholismo; según ella,todo era culpa de la madre de Hardin, y eso a él le bastó para no volver a tenerganas de hablar con ella. Parece muy cómodo contándome todo esto, así que y ome callo y asiento de vez en cuando para que sepa que estoy escuchándolo.Hardin hace un par de chistes sobre lo ñoñas y petardas que son todas lascanciones y me río de él.—¿Y si volvemos arriba? —bromea bajando la mano por mi espalda.—Tal vez.—Voy a tener que darte de beber champán más a menudo. —Vuelvo acolocarle las manos en mi cintura y me pone morritos. No puedo contener la risa—. La verdad es que me lo estoy pasando bastante bien —confiesa.—Yo también. Gracias por haberme acompañado.—No lo cambiaría por nada del mundo.Sé que no se refiere a la boda, sino a estar conmigo en general. Estoyflotando en una nube.—¿Me permite este baile? —pregunta Ken cuando empieza la siguientecanción.Hardin frunce el ceño y nos mira primero a mí y luego a su padre.—Sí, pero sólo una canción —rezonga.Ken se ríe y repite las palabras de su hijo:—Sólo una canción.Hardin me suelta y Ken me coge. Me trago lo incómoda que me siento con
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—Sí —gimo.
La sensación de que me lo esté haciendo así, contra la pared, con mis piernas
en su cintura, es muy intensa y celestial.
—Bésame —suplica.
Deslizo la lengua por sus labios hasta que abre la boca y me deja adentrarme
en ella. Le tiro del pelo y hago lo que puedo para besarlo mientras él entra y sale
de mí más y más rápido. Nuestros cuerpos se mueven a toda velocidad, pero
nuestro beso es lento e íntimo.
—No me canso de follarte, Tess. Joder… Te quiero —dice en mi boca
mientras yo jadeo y gimo y siento esa presión en mi vientre cada vez más
intensa.
Gruñe un par de veces y yo grito. Estamos a punto de corrernos los dos.
—Relájate, nena —me dice, y le hago caso.
Sus labios siguen pegados a los míos, ahogando los gemidos de mi clímax.
Entonces se tensa y estalla en el condón. Jadea y deja caer la cabeza en mi
pecho, abrazado a mí unos segundos más antes de levantarme, salir de mí y
dejarme de pie en el suelo.
Ladeo la cabeza contra la puerta y recupero el aliento mientras él le hace un
nudo al preservativo, lo coloca en su envoltorio y se lo guarda en el bolsillo antes
de volver a subirse los pantalones.
—Recuérdame que lo tire en cuanto bajemos —dice con una carcajada, y
y o me río como una tonta—. Gracias —añade, y me besa en la mejilla—. No
por lo que acabamos de hacer, sino por todo.
—No me des las gracias, Hardin. Tú haces por mí tanto como y o por ti. —Lo
miro a los ojos verdes y brillantes—. Incluso más.
—Qué va —dice meneando la cabeza y cogiéndome de la mano—.
Volvamos abajo antes de que alguien venga a buscarnos.
—¿Qué tal estoy? —pregunto peinándome con los dedos y secándome bajo
los ojos.
—Recién follada —bromea, y pongo los ojos en blanco—. Estás guapísima.
—Tú también —le digo.
En la carpa casi todo el mundo está bailando, y parece que nadie se ha percatado
de nuestra ausencia. Nos sentamos y empieza otra canción. Es Never Let Me Go,
de Florence and the Machine.
—¿Te apetece bailar? —le pregunto a Hardin, aunque sé lo que me va a decir.
—No, y o no bailo —dice mirando por encima de mi hombro—. A menos que
tú quieras hacerlo —añade.
Me sorprende su ofrecimiento y me emociona que se hay a prestado a bailar
conmigo. Me tiende la mano pero en realidad soy yo la que nos conduce a la