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After - Anna Todd

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conozco, siento que soy y o la que tiene la sartén por el mango.

—No, si tiene muy buen aspecto —repongo—. Sólo es que me ha

sorprendido.

Pruebo un bocado. Sabe mucho mejor de lo que parece.

—Me gusta tu pelo —dice.

Me acuerdo de la última vez que me corté el pelo y Hardin fue la única

persona que lo notó.

—Necesito respuestas —le recuerdo.

Respira hondo.

—Lo sé, y te las voy a dar.

Pruebo otro bocado para ocultar lo satisfecha que estoy conmigo misma por

no haber cedido esta vez.

—Primero, quiero que sepas que nadie, y quiero decir nadie salvo mi madre

y mi padre, lo saben —dice rascándose las costras de los nudillos.

Asiento y me llevo otro bocado a la boca.

—Vale… Allá va —dice nervioso antes de continuar—. Una noche, cuando

yo tenía unos siete años, mi padre estaba en el bar que había enfrente de casa.

Iba allí casi todas las noches y todo el mundo lo conocía, por eso era muy mala

idea cabrear a los parroquianos. Aquella noche fue precisamente eso lo que hizo.

Empezó una pelea con unos soldados que iban tan borrachos como él y acabó

rompiendo un botellín de cerveza en la cabeza de uno de ellos.

No tengo ni idea de adónde quiere ir a parar con esto, pero sé que acabará

mal.

—Sigue comiendo, por favor… —me suplica, y asiento e intento no mirarlo

fijamente mientras habla.

—Mi padre se fue del bar y los soldados cruzaron la calle y vinieron a casa

para darle su merecido por haberle destrozado la cara al tipo, imagino. El

problema es que mi padre no había vuelto a casa, como ellos creían, y mi madre

estaba durmiendo en el sofá, esperando a mi padre. —Sus ojos verdes

encuentran los míos—. Más o menos igual que tú anoche.

—Hardin… —suspiro, y le cojo la mano.

—Cuando encontraron a mi madre… —Se para y se queda mirando la pared

durante lo que se me antoja una eternidad—. Bajé la escalera al oírla chillar e

intenté quitárselos de encima. Tenía el camisón roto y no paraba de gritarme que

me marchara… Estaba intentando protegerme para que no viera lo que le

estaban haciendo, pero yo no podía marcharme, ¿sabes?

Parpadea para contener una lágrima y se me parte el corazón de pensar en el

niño de siete años que tuvo que presenciar cómo le ocurría algo tan espantoso a

su madre. Me siento en su regazo y escondo la cara en su cuello.

—Resumiendo, intenté defenderla pero no sirvió de nada. Para cuando mi

padre entró tambaleándose por la puerta, yo le había repartido una caja entera

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