After - Anna Todd

02.05.2023 Views

peleas… Incluso las pesadillas. O eso, o hemos terminado.No sé cuál de los dos se ha quedado más sorprendido, si él o y o.Gruñe y se pasa la mano por el pelo.—Tessa… No es tan sencillo.—Sí, lo es. He confiado en ti lo suficiente como para renunciar a mi relacióncon mi madre y venirme a vivir contigo tan pronto. Deberías confiar en mí losuficiente para contarme qué está pasando.—No lo entenderías. Sé que no lo entenderías —dice.—Inténtalo.—No… No puedo —balbucea.—Pues entonces no puedo seguir contigo. Lo siento, pero te he dado muchasoportunidades y tú continúas… —empiezo a decir.—No lo digas. No te atrevas a intentar dejarme. —Su tono es de enfado, peroveo mucho dolor en sus ojos.—Entonces dame respuestas. ¿Qué es eso que no crees que sea capaz deentender? ¿Tus pesadillas? —inquiero.—Dime que no vas a dejarme —me ruega.Mantenerme en mis trece con Hardin es mucho más difícil de lo queimaginaba, sobre todo cuando parece estar tan destrozado.—He de irme, y a llego tarde —le digo, y me voy al dormitorio para vestirmelo más rápido que pueda.Una parte de mí se alegra de que no me hay a seguido, pero la otra desearíaque lo hubiera hecho.Sigue sentado en la cocina, sin camiseta, sujetando la taza de café con losnudillos blancos y magullados, para cuando salgo por la puerta.Por el camino voy rumiando todo lo que me ha dicho. ¿Qué será eso que novoy a ser capaz de entender? Jamás lo juzgaría por lo que sea que le provoca laspesadillas. Espero que estuviera hablando de eso, pero no puedo ignorar lasensación de que se me escapa algo, algo muy obvio.Me siento culpable y estoy tensa todo el día, pero Kimberly me mandaenlaces a un montón de vídeos tronchantes de YouTube y se me pasa el malhumor. Al mediodía, ya casi se me han olvidado mis problemas domésticos.Hardin me manda un mensaje mientras Kimberly y yo nos comemos unamadalena de una cesta que alguien le ha enviado a Christian Vance.Sie nto m u c h o to do lo o c u r r id o . Ve n a c a sa c u a n do sa lg a s detr a b a j a r , por f a vor.—¿Es él? —pregunta mi compañera.—Sí… Debería plantarle cara, pero me siento fatal. Sé que tengo razón, perodeberías haber visto cómo estaba esta mañana.

—Me alegro. Espero que aprenda la lección. ¿Te ha contado dónde estuvo? —pregunta.—No, ése es el problema —rezongo, y me como otra madalena.Entonces recibo otro mensaje:Te ssa , c o n té sta m e , por f a v o r. Te q uie r o .—Anda, contéstale al pobre —sonríe Kimberly.Asiento y le respondo:I r é a c a sa .¿Por qué me cuesta tanto mantenerme en mis trece con él? El señor Vancenos da a todos permiso para irnos pasadas las tres, así que decido parar en unsalón de belleza para que me corten el pelo y me hagan la manicura paramañana. Espero que Hardin y y o podamos arreglar las cosas antes de la boda,porque lo último que quiero es llevar a un Hardin cabreado a la boda de su padre.Para cuando llego a casa son casi las seis, y tengo infinidad demensajes suyos que no pienso leer. Respiro hondo antes de abrir lapuerta, preparándome para lo que me espera. O acabamos a gritos, y uno de losdos se larga, o lo hablamos y lo solucionamos. Hardin está dando vueltas de unlado para otro por el suelo de hormigón cuando entro. Alza la vista hacia mí encuanto cruzo el umbral. Parece muy aliviado.—Creía que no ibas a volver —dice acercándose a mí.—Y ¿adónde iba a ir? —respondo, y lo dejo atrás de camino al dormitorio.—Yo… Te he hecho la cena —dice.Está irreconocible. El pelo le cae por la frente, no lo lleva peinado haciaarriba y hacia atrás como siempre. Lleva una sudadera gris con capucha y unospantalones de chándal negros, y parece nervioso, preocupado y casi… ¿asustado?—¿Y eso… por qué? —No puedo evitar preguntarlo.Me pongo mi ropa de estar por casa y a Hardin se le cae el alma a los pies alver que no me pongo la camiseta que ha dejado preparada para mí.—Porque soy un imbécil —contesta.—Sí, eso es verdad —asiento y endo a la cocina.La cena tiene un aspecto mucho más apetecible del que imaginaba, y eso queno sé muy bien lo que es. Pasta con pollo, creo.—Es pollo a la florentina —dice como si me leyera el pensamiento.—Mmm.—No tienes por qué… —dice con un hilo de voz.Esto no se parece en nada a lo de siempre y, por primera vez desde que lo

peleas… Incluso las pesadillas. O eso, o hemos terminado.

No sé cuál de los dos se ha quedado más sorprendido, si él o y o.

Gruñe y se pasa la mano por el pelo.

—Tessa… No es tan sencillo.

—Sí, lo es. He confiado en ti lo suficiente como para renunciar a mi relación

con mi madre y venirme a vivir contigo tan pronto. Deberías confiar en mí lo

suficiente para contarme qué está pasando.

—No lo entenderías. Sé que no lo entenderías —dice.

—Inténtalo.

—No… No puedo —balbucea.

—Pues entonces no puedo seguir contigo. Lo siento, pero te he dado muchas

oportunidades y tú continúas… —empiezo a decir.

—No lo digas. No te atrevas a intentar dejarme. —Su tono es de enfado, pero

veo mucho dolor en sus ojos.

—Entonces dame respuestas. ¿Qué es eso que no crees que sea capaz de

entender? ¿Tus pesadillas? —inquiero.

—Dime que no vas a dejarme —me ruega.

Mantenerme en mis trece con Hardin es mucho más difícil de lo que

imaginaba, sobre todo cuando parece estar tan destrozado.

—He de irme, y a llego tarde —le digo, y me voy al dormitorio para vestirme

lo más rápido que pueda.

Una parte de mí se alegra de que no me hay a seguido, pero la otra desearía

que lo hubiera hecho.

Sigue sentado en la cocina, sin camiseta, sujetando la taza de café con los

nudillos blancos y magullados, para cuando salgo por la puerta.

Por el camino voy rumiando todo lo que me ha dicho. ¿Qué será eso que no

voy a ser capaz de entender? Jamás lo juzgaría por lo que sea que le provoca las

pesadillas. Espero que estuviera hablando de eso, pero no puedo ignorar la

sensación de que se me escapa algo, algo muy obvio.

Me siento culpable y estoy tensa todo el día, pero Kimberly me manda

enlaces a un montón de vídeos tronchantes de YouTube y se me pasa el mal

humor. Al mediodía, ya casi se me han olvidado mis problemas domésticos.

Hardin me manda un mensaje mientras Kimberly y yo nos comemos una

madalena de una cesta que alguien le ha enviado a Christian Vance.

Sie nto m u c h o to do lo o c u r r id o . Ve n a c a sa c u a n do sa lg a s de

tr a b a j a r , por f a vor.

—¿Es él? —pregunta mi compañera.

—Sí… Debería plantarle cara, pero me siento fatal. Sé que tengo razón, pero

deberías haber visto cómo estaba esta mañana.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!