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After - Anna Todd

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—Su comida estará lista dentro de un momento —dice, y me llena el vaso de

agua.

Doy las gracias por su breve interrupción, así tengo la oportunidad de pensar

en las duras palabras de Kimberly.

Cuando se va, ella sigue y sigue, y me doy cuenta de que no me juzga, sino

que está de mi parte, y me siento mejor.

—Vamos, que tienes que dejarle claro que no puede comportarse así, de lo

contrario te lo hará una y otra vez. El problema de los hombres es que son

animales de costumbres y, si dejas que se acostumbre a hacer eso, te lo volverá a

hacer y no podrás impedírselo. Necesita saber desde el principio que no lo vas a

consentir. Tiene suerte de tenerte, y necesita aclararse las ideas.

Hay algo en sus palabras de aliento que me hace sentirme más segura.

Debería estar furiosa. Debería cortarle las pelotas, como ha dicho Kimberly.

—Y ¿cómo hago eso? —pregunto, y se ríe.

—Cántale las cuarenta. A menos que tenga una excusa muy buena, que ya te

digo que se la está inventando mientras hablamos, le cantas las cuarenta en

cuanto entre por la puerta. Te mereces que te respete y, si no te respeta, o lo

obligas o lo mandas a tomar viento.

—Haces que parezca muy fácil. —Me río.

—De fácil no tiene nada. —Ella se ríe a su vez y luego se pone muy seria—.

Pero hay que hacerlo.

El resto de la comida lo paso escuchándola hablar de sus tiempos en la

universidad y de que ha tenido ya una larga lista de relaciones horribles. Su

melena corta y rubia se mueve hacia adelante y hacia atrás cada vez que menea

la cabeza, cosa que hace constantemente mientras habla. Me río tan a gusto que

tengo que enjugarme las lágrimas. La comida está deliciosa, y me alegro de

haber salido a comer con Kimberly en vez de quedarme toda mustia en mi

despacho.

De vuelta en la oficina, Trevor me ve desde la puerta del servicio y se me

acerca sonriente.

—Hola, Tessa.

—Hola, ¿qué tal? —pregunto educadamente.

—Bien. Hace un frío que pela —dice, y asiento—. Hoy estás preciosa —

añade desviando la mirada. Tengo la impresión de que estaba pensando en voz

alta.

Sonrío y le doy las gracias antes de que se meta en el baño avergonzado.

Para cuando es la hora de salir, no he conseguido dar palo al agua en todo el

día, así que me llevo el manuscrito a casa con la esperanza de compensar mi

falta de motivación de hoy.

No hay ni rastro del coche de Hardin en el aparcamiento. El cabreo

reaparece y lo llamo y lo maldigo en el buzón de voz. Sorprendentemente, eso

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