After - Anna Todd
Hardin se niega a levantarse y sólo se incorpora el tiempo justo y necesariopara darme un beso de despedida. Una vez más, me pregunto cómo se las apañapara trabajar y hacer todos los deberes, porque y o todavía no lo he visto hacer nilo uno ni lo otro. En un acto de osadía, cojo las llaves de su coche y me lo llevo aVance. Si no va a ir a clase, no creo que lo eche de menos. Se me olvida queahora vivo mucho más cerca de la editorial, y tomo nota mental de que tengoque darle a Hardin las gracias por haberlo previsto, aunque a él ahora el campusle queda un poco más lejos que antes. El hecho de no tener que conducircuarenta y cinco minutos me alegra el día.Cuando llego a la planta superior de Vance, Kimberly está colocando unosdonuts en filas perfectas en la sala de reuniones.—¡Caray, Tessa! ¡Mírate! —exclama, y me silba con picardía. Me ruborizo yse echa a reír—. Es obvio que el azul marino es tu color.Me observa otra vez de arriba abajo. Me siento un poco incómoda, pero suamplia sonrisa me calma los nervios. Últimamente me siento más sexi y segurade mí misma, gracias a Hardin.—Gracias, Kimberly. —Le devuelvo la sonrisa y cojo un donut y una taza decafé.Entonces suena el teléfono de su mesa y ella se apresura a cogerlo.Cuando llego a mi despacho, tengo un correo electrónico de Christian Vancealabando mis notas sobre el primer manuscrito e informándome de que, aunqueno lo van a publicar, espera mi evaluación del siguiente. Me pongo manos a laobra.—¿Es bueno? —la voz de Hardin me devuelve a la realidad. Levanto la vistasorprendida y me sonríe—. Debe de ser una pasada, porque ni siquiera te hasdado cuenta de que estaba aquí.Tiene un aspecto increíble. Lleva el pelo levantado por delante, comosiempre, pero con menos volumen en los costados, y se ha puesto una camisetablanca lisa con el cuello de pico. Es algo más ajustada que de costumbre y se letransparentan los tatuajes. Está muy bueno, y es todo mío.—¿Qué tal el coche? —pregunta con una sonrisa satisfecha.—Una maravilla —digo riendo como una adolescente.—Así que crees que puedes cogerme el coche sin mi permiso, ¿eh? —Su tonoes grave, y no sé si lo está diciendo en serio o no.—Yo… Eeehhh… —tartamudeo.No dice nada, sólo se acerca a la mesa y aparta mi silla. Sus ojos viajan demis zapatos a mi cara y tira de mí para que me levante.—Hoy estás muy sexi —dice con la boca en mi cuello antes de darme unpequeño beso.
Me estremezco.—¿Qué… qué haces aquí?—¿No te alegras de verme? —Sonríe y me sienta encima de la mesa.« Ah.»—Sí… Claro que me alegro —le digo. Siempre me alegro de verlo.—Es posible que tenga que replantearme lo de volver a trabajar aquí, aunquesólo sea para poder hacer esto todos los días —dice poniéndome las manos en losmuslos.—Podría entrar alguien. —Intento sonar serena, pero me tiembla la voz.—No. Vance estará reunido toda la tarde, y Kimberly me ha dicho que tellamará si te necesita.Que Hardin le hay a dado a entender a Kimberly lo que vamos a estarhaciendo aquí hace que se me enciendan las mejillas, pero mis hormonas hantomado el control. Miro la puerta de reojo.—He cerrado con el pestillo —responde con chulería.Sin pensar, lo atraigo hacia mí y le cojo el paquete con la mano. Gruñe, sedesabrocha los vaqueros y se los baja junto con el bóxer.—Va a ser más rápido que de costumbre, ¿vale, nena? —dice bajándome lasbragas.Asiento, a la espera, y me relamo. Se ríe y tira de mis caderas hasta queestán justo en el borde de la mesa. Mis labios atacan su cuello y oigo cómo rasgael envoltorio del condón.—Menudo cambio… Hace apenas unos meses te ruborizabas en cuantoalguien hablaba de sexo, y ahora vas a dejar que te folle en la mesa de tudespacho —me susurra al oído, y de un solo empujón entra en mí.Me tapa la boca con la mano y se muerde el labio inferior. No me puedocreer que vay a a dejar que me lo haga encima de una mesa, de mi mesa, en milugar de trabajo, con Kimberly a menos de treinta metros. Por mucho que odieadmitirlo, la idea me vuelve loca… En el buen sentido.—Tienes… que estar… callada… —dice moviéndose aún más rápido.Asiento y jadeo. Me aferro a sus bíceps para que sus embestidas no me tirende la mesa.—Te gusta que te lo haga así, ¿verdad? Duro y rápido —masculla.Me tapo la boca con la mano y me muerdo la palma para no gritar.—Contéstame o paro —amenaza.Lo miro y asiento con la cabeza. Esto es demasiado como para poderarticular palabra.—Ya lo sabía y o —dice, y me da la vuelta para que mi estómago quedepegado a la mesa.« Joder…»Vuelve a entrar en mí y se mueve lentamente antes de cogerme del pelo y
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Hardin se niega a levantarse y sólo se incorpora el tiempo justo y necesario
para darme un beso de despedida. Una vez más, me pregunto cómo se las apaña
para trabajar y hacer todos los deberes, porque y o todavía no lo he visto hacer ni
lo uno ni lo otro. En un acto de osadía, cojo las llaves de su coche y me lo llevo a
Vance. Si no va a ir a clase, no creo que lo eche de menos. Se me olvida que
ahora vivo mucho más cerca de la editorial, y tomo nota mental de que tengo
que darle a Hardin las gracias por haberlo previsto, aunque a él ahora el campus
le queda un poco más lejos que antes. El hecho de no tener que conducir
cuarenta y cinco minutos me alegra el día.
Cuando llego a la planta superior de Vance, Kimberly está colocando unos
donuts en filas perfectas en la sala de reuniones.
—¡Caray, Tessa! ¡Mírate! —exclama, y me silba con picardía. Me ruborizo y
se echa a reír—. Es obvio que el azul marino es tu color.
Me observa otra vez de arriba abajo. Me siento un poco incómoda, pero su
amplia sonrisa me calma los nervios. Últimamente me siento más sexi y segura
de mí misma, gracias a Hardin.
—Gracias, Kimberly. —Le devuelvo la sonrisa y cojo un donut y una taza de
café.
Entonces suena el teléfono de su mesa y ella se apresura a cogerlo.
Cuando llego a mi despacho, tengo un correo electrónico de Christian Vance
alabando mis notas sobre el primer manuscrito e informándome de que, aunque
no lo van a publicar, espera mi evaluación del siguiente. Me pongo manos a la
obra.
—¿Es bueno? —la voz de Hardin me devuelve a la realidad. Levanto la vista
sorprendida y me sonríe—. Debe de ser una pasada, porque ni siquiera te has
dado cuenta de que estaba aquí.
Tiene un aspecto increíble. Lleva el pelo levantado por delante, como
siempre, pero con menos volumen en los costados, y se ha puesto una camiseta
blanca lisa con el cuello de pico. Es algo más ajustada que de costumbre y se le
transparentan los tatuajes. Está muy bueno, y es todo mío.
—¿Qué tal el coche? —pregunta con una sonrisa satisfecha.
—Una maravilla —digo riendo como una adolescente.
—Así que crees que puedes cogerme el coche sin mi permiso, ¿eh? —Su tono
es grave, y no sé si lo está diciendo en serio o no.
—Yo… Eeehhh… —tartamudeo.
No dice nada, sólo se acerca a la mesa y aparta mi silla. Sus ojos viajan de
mis zapatos a mi cara y tira de mí para que me levante.
—Hoy estás muy sexi —dice con la boca en mi cuello antes de darme un
pequeño beso.