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After - Anna Todd

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encima. Noah es el único que siempre se las apaña para calmarla cuando se

pone insoportable.

El resto del día transcurre sin contratiempos. Me lo paso terminando el primer

manuscrito y redactando notas para el señor Vance. Hardin y y o nos escribimos

de vez en cuando para ver dónde y a qué hora quedamos, y mi jornada laboral

termina sin darme cuenta.

Cuando llego a la dirección que me ha dado Hardin, me sorprende que esté

justo entre el campus y la editorial. Sólo tardaría veinte minutos en coche en

llegar si viviera aquí. Parece una idea abstracta, Hardin y yo viviendo juntos.

No veo mi coche cuando llego al aparcamiento. Llamo a Hardin y me salta

el buzón de voz.

« ¿Y si ha cambiado de opinión? Me lo habría dicho, ¿no?»

Empieza a entrarme el pánico pero justo en ese momento aparece Hardin y

aparca el coche a mi lado. Bueno, parece mi coche, aunque está distinto. La

pintura plateada está impecable, y se ve nuevo y reluciente.

—¿Qué le has hecho a mi coche? —digo en cuanto se baja.

—Yo también me alegro de verte. —Sonríe y me besa en la mejilla.

—Va en serio: ¿qué le has hecho? —Cruzo los brazos.

—Lo he llevado a pintar. Por Dios, podrías darme las gracias. —Pone los ojos

en blanco.

Me muerdo la lengua sólo porque estamos donde estamos y venimos a lo que

venimos. Además, el coche está estupendo. Lo único que no me gusta es que

Hardin se gaste dinero en mí, y que te pinten el coche no es barato.

—Gracias. —Sonrío y entrelazo la mano con la suy a.

—De nada. Ahora entremos. —Atravesamos juntos el aparcamiento—. Te

sienta bien mi coche, sobre todo con ese vestido. No he podido dejar de pensar en

él en todo el día. Ojalá me hubieras enviado las fotos desnuda que te he pedido —

me dice, y le pego un codazo—. No te costaba nada. Las clases habrían sido

mucho más interesantes.

—¿Has ido a clase y todo? —digo sin poder parar de reír.

Se encoge de hombros y me abre la puerta del edificio.

—Ya hemos llegado.

Sonrío ante el gesto galante, tan poco propio de él, y entro. El vestíbulo no es

para nada lo que esperaba. Es todo blanco: suelo blanco, paredes blancas y

limpias, sillones blancos, sofás blancos, alfombras blancas y lámparas blancas en

mesas transparentes. Es elegante pero intimida un poco. Un hombre bajo y calvo

vestido de traje nos da la bienvenida y le estrecha la mano a Hardin. Parece

nervioso. O puede que Hardin lo ponga nervioso.

—Tú debes de ser Theresa. —Sonríe. Tiene los dientes tan blancos como las

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