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After - Anna Todd

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mejilla, es de lo que más me gusta. Sus dedos son ásperos pero, de algún modo,

muy suaves en contacto con mi piel.

—¿Qué es lo que ha pasado entre Dan y tú? Quiero decir antes de esta noche

—pregunto.

Probablemente no debería, pero tengo que saberlo.

—¿Qué? ¿Quién te ha dicho que hay a pasado nada entre Dan y y o? —

inquiere al tiempo que me levanta la barbilla para verme la cara.

—Jace. Sólo que no me ha contado qué exactamente. Sólo ha dicho que se

veía venir. ¿A qué se refería?

—A una mierda del año pasado. No es nada de lo que tengas que preocuparte,

te lo prometo —dice y sonríe, pero sus ojos no.

Será mejor que lo deje estar. Estoy contenta de que hayamos hablado del

problema, por una vez, y que empecemos a llevar mejor lo de la comunicación.

—¿Quedamos mañana cuando termines en Vance? No quiero que nos quiten

el apartamento.

—No tenemos muebles —le recuerdo.

—Está amueblado. Pero podemos añadir cosas o quitarlas cuando y a estemos

viviendo allí.

—¿Cuánto cuesta? —pregunto, aunque sé que no quiero oír la respuesta. Debe

de ser carísimo si viene amueblado.

—No te preocupes de eso. Tú sólo piensa en el recibo de la tele por cable. —

Sonríe y me besa en la frente—. ¿Qué me dices? ¿Te sigue gustando la idea?

—Y la compra —añado, y él frunce el ceño—. Pero sí, me gusta la idea.

—¿Vas a decírselo a tu madre?

—No lo sé. En algún momento se lo tendré que contar, aunque y a sé cuál

será su respuesta. Creo que primero debería dejar que se acostumbre a la idea de

que estamos saliendo. Somos muy jóvenes y, si se entera de que y a nos vamos a

ir a vivir juntos, acabará con una camisa de fuerza.

Se me escapa una carcajada a pesar del dolor que siento en el pecho. Ojalá

las cosas con mi madre no fueran tan complicadas y pudiera alegrarse por mí.

No obstante, sé que eso no es posible.

—Siento que estéis así. Sé que es culpa mía, pero soy demasiado egoísta para

alejarme de ti.

—No es culpa tuy a. Es que mi madre es… como es —le digo, y lo beso en el

pecho.

—Tienes que dormir, nena. Mañana tienes que madrugar y y a es casi

medianoche.

—¿Medianoche? Creía que era mucho más tarde —digo separándome de él y

acostándome en la cama.

—Bueno, es que si no estuvieras tan prieta habría aguantado un poco más —

me susurra al oído.

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