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After - Anna Todd

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acostumbre. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasa hasta que muevo otra vez las

caderas. Cuanto más me muevo, menos desagradable me resulta y, en un

momento dado, Hardin me rodea con los brazos y me estrecha contra sí mientras

empieza a moverse y a hacer chocar sus caderas con las mías. Mucho mejor

ahora que me abraza y nos movemos juntos. Tengo una de las manos apoy ada

en su pecho para sostenerme y se me están cansando las piernas. Intento ignorar

las protestas de mis músculos y sigo montándolo como una amazona. Trato de

mantener los ojos abiertos para ver a Hardin. Una gota de sudor desciende por su

frente. Verlo así, mordiéndose el labio inferior y mirándome tan fijamente que

noto cómo sus ojos me queman la piel, es la sensación más alucinante del

mundo.

—Lo eres todo para mí. No puedo perderte —dice mientras mis labios se

deslizan por su cuello y su hombro. Tiene la piel salada, húmeda y perfecta—.

Estoy a punto, nena. Me falta un pelo. Lo estás haciendo muy bien, nena —gime,

y me acaricia la espalda mientras y o intento coger velocidad.

Entrelaza los dedos con los míos y me derrito con ese gesto tan íntimo. Me

encanta cómo me alienta, me encanta todo en él.

Se me tensa el vientre cuando Hardin me agarra de la nuca con una mano.

Sigue susurrando lo mucho que le importo y su cuerpo se torna de acero. Lo

observo, consumida por sus palabras y por el modo en que me roza el clítoris con

el pulgar y me hace estallar en un instante. Nuestros gemidos y nuestros cuerpos

se entrelazan cuando los dos terminamos. Él se deja caer hacia atrás en la cama

y me tumba consigo. Cuando vuelvo en mí, apenas lo noto deshacerse del

condón.

—Me alegro de que hay as venido a buscarme cuando he bajado la escalera

—digo al fin tras un silencio largo pero placentero. Tengo la cabeza apoy ada en

su pecho y oigo cómo se calma el latir desbocado de su corazón.

—Yo también —responde—. No iba a hacerlo, pero no he podido evitarlo.

Siento haberte dicho que te fueras. A veces soy un poco capullo.

Levanto la cabeza y lo miro.

—¿A veces? —Sonrío.

Levanta una de las manos que tiene en mi cintura y me pellizca la nariz. Me

río.

—No he oído que te quejaras de nada hace cinco minutos —recalca.

Meneo la cabeza y la dejo caer otra vez en su piel bañada en sudor. Con los

dedos, dibujo el contorno del tatuaje en forma de corazón que lleva en el hombro

y veo que se le pone la carne de gallina. No se me escapa que el corazón está

pintado con tinta negra como la noche.

—Eso es porque se te da mejor eso que salir con alguien —lo pincho.

—No voy a discutírtelo.

Se ríe y me aparta el pelo de la cara. Me encanta cuando me acaricia la

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