After - Anna Todd

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—No lo creo —le digo. No soporto su silencio iracundo.—Pues créetelo —ruge.—¡No! Necesito que me hables, que me expliques lo que ha pasado. —Gesticulo con las manos en dirección hacia la ventana y veo que aprieta lospuños.—¡Maldita sea, Tessa! ¡Siempre tienes que presionar más y más! ¡Te hedicho mil veces que te quedaras en mi habitación! Y ¿qué coño has hecho tú? ¡Nohacerme ni caso, como siempre! ¡¿Por qué te resulta tan difícil hacer lo que tepido?! —chilla, y empotra el puño contra un lateral de la cómoda. La madera seagrieta.—¡Porque no eres nadie para decirme lo que puedo o no puedo hacer,Hardin! —le grito.—No es eso lo que intentaba hacer. Estaba tratando de mantenerte lejos demierdas como la que acaba de pasar. Ya te advertí que no eran buena gente, ¡yaun así apareces contoneándote con Jace y luego vas y te ofreces voluntaria parajugar a ese puto juego! ¿A santo de qué?Las venas de su cuello están tan tensas contra su piel que me da miedo que lereviente alguna.—¡No sabía en qué consistía el juego!—Sabías que no quería que jugaras, y la única razón por la que te hasempeñado en hacerlo es porque alguien ha mencionado a Molly. ¡Y tú estásobsesionada con ella!—¿Perdona? ¿Que y o estoy obsesionada? ¡Probablemente porque no megusta que mi novio soliera acostarse con ella!Me arden las mejillas. Los celos y la tirria que le tengo a Molly son de locos,pero Hardin casi estrangula a un tipo sólo porque ha estado a punto de besarme.—Pues siento decirte que, si vas a cogerles manía a todas las chicas con lasque me he acostado, deberías ir pensando en cambiarte de universidad —exclama, y la mandíbula me llega al suelo—. No he visto que les pusieras tantaspegas a las chicas de antes —añade, y el corazón se me sale del pecho.—¿Qué chicas? —Me falta el aire—. ¿Las que estaban jugando con nosotros?—Sí, y prácticamente todas las que han venido a la fiesta. —Me taladra conla mirada, pero su voz no muestra ni pizca de emoción.Intento pensar en algo que decir, pero me he quedado sin palabras. El hechode que Hardin se hay a acostado con esas chicas, con las tres, y básicamente contoda la población femenina de la WCU me revuelve el estómago, y lo peor esque me lo acaba de restregar por las narices. Debo de parecer una imbécil,colgada de Hardin, cuando todo el mundo sabe que no debo de ser más que otrade las muchas a las que se ha tirado. Sabía que se enfadaría, pero esto esdemasiado, incluso tratándose de él. Siento que hemos vuelto hacia atrás en eltiempo, a la época en que lo conocí y me hacía llorar a propósito prácticamente

a diario.—¿Qué? ¿Sorprendida? Pues no deberías —dice.—No —replico.De verdad que no me sorprende, ni un poco. Estoy dolida. No por su pasado,sino por cómo acaba de tratarme por puro enfado. Lo ha dicho de esa manerasólo para hacerme daño. Parpadeo rápidamente para impedir que se me saltenlas lágrimas pero, como no da resultado, me vuelvo para secarme los ojos.—Vete —me dice dirigiéndose hacia la puerta.—¿Qué? —le pregunto volviéndome para mirarlo a la cara.—Que te vay as, Tessa.—¿Adónde?Ni siquiera me mira.—Vuelve a la residencia… Qué sé y o… Pero aquí no puedes quedarte.Esto no es lo que y o esperaba. El dolor en el pecho aumenta con cadasegundo de silencio. Una parte de mí quiere suplicarle que me deje quedarme ydiscutir con él hasta que me diga por qué ha reaccionado de esa manera conDan, pero una parte aún mayor se siente dolida y avergonzada por la frialdadcon la que acaba de mandarme a paseo. Cojo mi bolsa de la cama y me la echoal hombro. Cuando llego a la puerta, miro atrás, a Hardin, con la esperanza deque me pida disculpas o cambie de opinión, pero él se vuelve hacia la ventana yme ignora por completo. No tengo ni idea de cómo voy a volver a la residencia.Hemos venido en su coche, y tenía la intención de pasar la noche aquí con él. Norecuerdo la última vez que dormí sola en mi habitación, y me entra angustia sólode pensarlo. El trayecto a su casa parece que fue hace días, no hace apenas unashoras.Cuando llego al pie de la escalera, alguien me tira de la sudadera y contengola respiración mientras me vuelvo, rezando para que no sea ni Jace ni Dan.Es Hardin.—Vuelve arriba —me dice con los ojos rojos y voz de desesperación.—¿Por qué? Creía que querías que me fuera. —Miro a la pared que tienedetrás.Suspira, me coge la bolsa y empieza a subir la escalera. Me planteo dejar quese quede con la bolsa y marcharme igualmente, pero mi cabezonería es la queme ha metido en este embrollo.Resoplo y lo sigo de vuelta a su cuarto. Cuando la puerta se cierra, da mediavuelta y me acorrala contra ella.Me mira a los ojos.—Lo siento —dice.Sus labios cubren mi boca y apoya una mano contra la puerta, a la altura demi cabeza, para que no pueda moverme.—Yo también —susurro.

a diario.

—¿Qué? ¿Sorprendida? Pues no deberías —dice.

—No —replico.

De verdad que no me sorprende, ni un poco. Estoy dolida. No por su pasado,

sino por cómo acaba de tratarme por puro enfado. Lo ha dicho de esa manera

sólo para hacerme daño. Parpadeo rápidamente para impedir que se me salten

las lágrimas pero, como no da resultado, me vuelvo para secarme los ojos.

—Vete —me dice dirigiéndose hacia la puerta.

—¿Qué? —le pregunto volviéndome para mirarlo a la cara.

—Que te vay as, Tessa.

—¿Adónde?

Ni siquiera me mira.

—Vuelve a la residencia… Qué sé y o… Pero aquí no puedes quedarte.

Esto no es lo que y o esperaba. El dolor en el pecho aumenta con cada

segundo de silencio. Una parte de mí quiere suplicarle que me deje quedarme y

discutir con él hasta que me diga por qué ha reaccionado de esa manera con

Dan, pero una parte aún mayor se siente dolida y avergonzada por la frialdad

con la que acaba de mandarme a paseo. Cojo mi bolsa de la cama y me la echo

al hombro. Cuando llego a la puerta, miro atrás, a Hardin, con la esperanza de

que me pida disculpas o cambie de opinión, pero él se vuelve hacia la ventana y

me ignora por completo. No tengo ni idea de cómo voy a volver a la residencia.

Hemos venido en su coche, y tenía la intención de pasar la noche aquí con él. No

recuerdo la última vez que dormí sola en mi habitación, y me entra angustia sólo

de pensarlo. El trayecto a su casa parece que fue hace días, no hace apenas unas

horas.

Cuando llego al pie de la escalera, alguien me tira de la sudadera y contengo

la respiración mientras me vuelvo, rezando para que no sea ni Jace ni Dan.

Es Hardin.

—Vuelve arriba —me dice con los ojos rojos y voz de desesperación.

—¿Por qué? Creía que querías que me fuera. —Miro a la pared que tiene

detrás.

Suspira, me coge la bolsa y empieza a subir la escalera. Me planteo dejar que

se quede con la bolsa y marcharme igualmente, pero mi cabezonería es la que

me ha metido en este embrollo.

Resoplo y lo sigo de vuelta a su cuarto. Cuando la puerta se cierra, da media

vuelta y me acorrala contra ella.

Me mira a los ojos.

—Lo siento —dice.

Sus labios cubren mi boca y apoya una mano contra la puerta, a la altura de

mi cabeza, para que no pueda moverme.

—Yo también —susurro.

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