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After - Anna Todd

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ay udarlo. Se levanta tambaleante y se limpia la cara bañada en sangre con el

bajo de la camisa. Escupe una mezcla de sangre y saliva que me hace apartar la

vista.

Hardin se vuelve hacia Dan e intenta dar un paso en su dirección, pero Zed lo

sujeta con fuerza.

—¡Que te jodan, Scott! —grita Dan. Jace se interpone entre ambos. Ah,

parece que ahora quiere hacer algo—. ¡Tú espera a que tu pequeña…! —grita

Dan.

—Cierra el pico —le espeta Jace, y el otro obedece.

Entonces me mira y doy un paso atrás. Me pregunto a qué se refería Jace

cuando ha dicho eso de que hacía tiempo que se veía venir. Hardin y Dan

parecían tan amigos hace cinco minutos.

—¡Vete adentro! —grita Hardin, y de inmediato sé que me lo está diciendo a

mí.

Decido obedecer, por una vez; doy media vuelta y corro a la casa. Sé que

todo el mundo me está mirando pero me da igual. Me abro paso entre la multitud

del vestíbulo y subo a toda prisa hacia la habitación de Hardin. Se me ha olvidado

cerrarla con llave al salir y, para empeorar las cosas, hay una enorme mancha

roja en la moqueta. Habrá entrado alguien por accidente y se le ha caído la

bebida en la moqueta de color tostado. Genial. Voy rápidamente al baño, cojo

una toalla y abro el grifo del lavabo. Cierro la puerta de Hardin en cuanto entro y

froto la mancha con furia, pero el agua sólo consigue que la mancha se extienda.

Entonces oigo la puerta, que se abre, e intento ponerme de pie antes de que

Hardin entre.

—¿Qué coño estás haciendo? —Mira primero la toalla que llevo en la mano y

luego mira la mancha que hay en el suelo.

—Alguien… He olvidado cerrar la puerta con llave antes de bajar —digo. Lo

miro. Sus aletas nasales se agitan y respira hondo—. Lo siento —añado.

Está que echa humo, y ni siquiera puedo enfadarme con él porque todo esto

es culpa mía. Si le hubiera hecho caso y me hubiera quedado en la habitación,

nada de esto habría ocurrido.

Se pasa las manos por la cara, frustrado, y me acerco a él. Tiene los dedos

magullados y sanguinolentos, me recuerda a cuando se peleó en el estadio. Para

mi sorpresa, me quita la toalla de las manos y, por instinto, doy un paso atrás. En

sus ojos brilla la confusión, ladea la cabeza un poco y usa la parte seca de la

toalla para limpiarse los nudillos.

Esperaba que entrara cargando por la puerta y empezara a gritarme y a

romper cosas, no este silencio. Esto es mucho peor.

—¿No vas a decir nada? —suplico.

Las palabras brotan de su boca más despacio que de costumbre.

—Ahora mismo es mejor que no diga nada, Tessa.

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