After - Anna Todd
—No, nunca.—¿Por qué no?—No lo sé. No podíamos permitírnoslo después de que mi padre nosabandonara. Mi madre siempre estaba trabajando y yo estaba tan ocupadaestudiando para poder salir del pueblo que no pensaba en nada más, sólo entrabajar.—¿Adónde te gustaría ir? —pregunta mientras sus dedos suben y bajan pormi brazo.—Chawton. Quiero ver la granja de Jane Austen. O a París, me encantaríaver los sitios en los que se hospedó Hemingway cuando estuvo allí.—Sabía que ibas a decir esos lugares. Yo podría llevarte —dice muy serio.—De momento, empecemos con Seattle —replico, y me río como unaadolescente.—Lo digo en serio, Tessa. Puedo llevarte a cualquier sitio que quieras visitar.Sobre todo a Inglaterra. Al fin y al cabo, me crié allí. Podrías conocer a mimadre y al resto de mi familia.—Hum… —No tengo nada que decir.Este chico es muy raro. Hace un rato me presenta a sus amigos como « unaamiga» , y ahora quiere llevarme a Inglaterra a conocer a su madre.—De momento, empecemos por Seattle —me río.—Vale, pero sé que te encantaría conducir por la campiña inglesa, ver la casaen la que creció Jane Austen…No me puedo ni imaginar la reacción de mi madre si le dijera que voy a salirdel país con Hardin. Probablemente me encerraría en el desván para siempre.No he vuelto a hablar con ella desde que se fue echando pestes de mi habitacióndespués de haberme amenazado para obligarme a dejar de ver a Hardin. Quieroevitar esa discusión el may or tiempo posible.—¿Qué te pasa? —me pregunta pegando la cara a la mía.—Nada, perdona. Estaba pensando en mi madre.—Ah… Ya se le pasará, nena. —Parece estar muy convencido de lo quedice, pero y o la conozco muy bien.—No lo creo. En fin, hablemos de otra cosa.Empezamos a hablar de la boda, pero el móvil de Hardin comienza a vibraren su bolsillo. Me aparto para que pueda sacarlo pero no mueve un dedo.—Sea quien sea, que espere —dice, y eso me hace muy feliz.—¿Nos quedaremos a dormir en casa de tu padre el sábado después de laboda? —pregunto. Necesito dejar de pensar en mi madre.—¿Es eso lo que quieres hacer?—Sí, me gusta esa casa. Esta cama es enana. —Arrugo la nariz y se ríe.—Podríamos quedarnos en mi casa más a menudo. ¿Por ejemplo esta noche?—Tengo las prácticas por la mañana.
—¿Y? Te traes las cosas y te arreglas en un baño de verdad. Hace tiempo queno paso por mi habitación. Seguro que ya están intentando alquilarla —bromea—. ¿No quieres poder ducharte sin que haya otras treinta personas en el baño?—Adjudicado. —Sonrío y me levanto de la cama.Hardin me ayuda a preparar una bolsa con las cosas para mañana y empiezaa hacerme ilusión ir a la fraternidad. Odiaba esa casa, sigo odiándola, pero laidea de poder ducharme en un cuarto de baño de verdad y la cama dematrimonio de Hardin son demasiado buenas como para dejarlas escapar. Sacade la cómoda el conjunto rojo de lencería y me lo pasa mientras asienteefusivamente. Me ruborizo y lo guardo en la bolsa. Meto una de mis faldasnegras de toda la vida y una blusa blanca. Quiero estrenar la ropa nueva poco apoco.—¿Sujetador rojo y blusa blanca? —apunta Hardin. Saco la blusa blanca ymeto una azul.—Deberías traerte más ropa, así la próxima vez no necesitarás coger tantascosas —me sugiere.Quiere que deje ropa en su casa. Me encanta que dé por hecho que vamos apasar siempre la noche juntos.—Imagino que sí —asiento, y cojo mi nuevo vestido blanco y un par de cosasmás.—¿Sabes cómo sería todo mucho más fácil? —me pregunta echándose labolsa al hombro.—¿Cómo? —Ya sé lo que va a decir.—Yéndonos a vivir juntos. —Sonríe—. No tendríamos que decidir sidormimos en tu casa o en la mía, y no te haría falta hacer tanta maleta. Podríasducharte a solas todos los días… Bueno, sola del todo tampoco. —Me guiña elojo, juguetón. Y justo cuando creo que ha terminado, cuando llegamos a sucoche y me abre la puerta, añade—: Podrías despertarte en tu cama y prepararcafé en nuestra cocina y arreglarte con calma, y luego nos veríamos todas lasnoches en nuestra propia casa. Sin rollos de fraternidad ni de residencia deestudiantes.Cada vez que dice nuestro siento mariposas en el estómago. Cuanto más lopienso, mejor suena. Me aterra estar y endo demasiado deprisa con Hardin. Nosé si me va a explotar en la cara.Conducimos hacia la casa, me pone la mano en el muslo y vuelve a decirme:—No le des tantas vueltas.Su móvil vibra de nuevo pero lo ignora. Esta vez no puedo evitar pensar porqué no lo coge, pero procuro no hacerlo.—¿De qué tienes miedo? —me pregunta al ver que no digo nada.—No lo sé. ¿Y si las prácticas se tuercen y no puedo permitírmelo? ¿Y si nosva mal?
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—¿Y? Te traes las cosas y te arreglas en un baño de verdad. Hace tiempo que
no paso por mi habitación. Seguro que ya están intentando alquilarla —bromea
—. ¿No quieres poder ducharte sin que haya otras treinta personas en el baño?
—Adjudicado. —Sonrío y me levanto de la cama.
Hardin me ayuda a preparar una bolsa con las cosas para mañana y empieza
a hacerme ilusión ir a la fraternidad. Odiaba esa casa, sigo odiándola, pero la
idea de poder ducharme en un cuarto de baño de verdad y la cama de
matrimonio de Hardin son demasiado buenas como para dejarlas escapar. Saca
de la cómoda el conjunto rojo de lencería y me lo pasa mientras asiente
efusivamente. Me ruborizo y lo guardo en la bolsa. Meto una de mis faldas
negras de toda la vida y una blusa blanca. Quiero estrenar la ropa nueva poco a
poco.
—¿Sujetador rojo y blusa blanca? —apunta Hardin. Saco la blusa blanca y
meto una azul.
—Deberías traerte más ropa, así la próxima vez no necesitarás coger tantas
cosas —me sugiere.
Quiere que deje ropa en su casa. Me encanta que dé por hecho que vamos a
pasar siempre la noche juntos.
—Imagino que sí —asiento, y cojo mi nuevo vestido blanco y un par de cosas
más.
—¿Sabes cómo sería todo mucho más fácil? —me pregunta echándose la
bolsa al hombro.
—¿Cómo? —Ya sé lo que va a decir.
—Yéndonos a vivir juntos. —Sonríe—. No tendríamos que decidir si
dormimos en tu casa o en la mía, y no te haría falta hacer tanta maleta. Podrías
ducharte a solas todos los días… Bueno, sola del todo tampoco. —Me guiña el
ojo, juguetón. Y justo cuando creo que ha terminado, cuando llegamos a su
coche y me abre la puerta, añade—: Podrías despertarte en tu cama y preparar
café en nuestra cocina y arreglarte con calma, y luego nos veríamos todas las
noches en nuestra propia casa. Sin rollos de fraternidad ni de residencia de
estudiantes.
Cada vez que dice nuestro siento mariposas en el estómago. Cuanto más lo
pienso, mejor suena. Me aterra estar y endo demasiado deprisa con Hardin. No
sé si me va a explotar en la cara.
Conducimos hacia la casa, me pone la mano en el muslo y vuelve a decirme:
—No le des tantas vueltas.
Su móvil vibra de nuevo pero lo ignora. Esta vez no puedo evitar pensar por
qué no lo coge, pero procuro no hacerlo.
—¿De qué tienes miedo? —me pregunta al ver que no digo nada.
—No lo sé. ¿Y si las prácticas se tuercen y no puedo permitírmelo? ¿Y si nos
va mal?