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After - Anna Todd

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Pensaba que… que te estabas arrepintiendo de lo de anoche. —Agacha la

cabeza.

—¿Qué? Por supuesto que no. De verdad que no he mirado el móvil. No me

arrepiento de lo de anoche. Ni un poquito.

No puedo disimular la sonrisa que se me dibuja en la cara al recordarlo.

—Bien. Es un gran alivio —dice, y deja escapar un suspiro.

—¿Has venido hasta aquí porque pensabas que me había arrepentido? —le

pregunto. Es un poco extremo, pero muy halagador.

—Sí… Bueno, no sólo por eso. También quería invitarte a comer. —Sonríe y

se lleva mi mano a los labios.

Salimos del ascensor y luego a la calle. Debería haber cogido la chaqueta.

Tiemblo un poco y Hardin me mira.

—Tengo una chaqueta en el coche —dice—. Podemos ir a cogerla y luego a

Brio, está a la vuelta de la esquina y se come muy bien.

Caminamos hacia su coche y saca una cazadora negra de cuero del

maletero. Me hace gracia. Creo que lleva toda la ropa en el maletero. Lleva

sacando ropa de ahí dentro desde que lo conozco.

La chaqueta abriga mucho y huele a Hardin. Me va enorme y tengo que

arremangármela.

—Gracias. —Le doy un beso en la mandíbula.

—Te queda muy bien, como un guante.

Me coge de la mano y andamos por la acera. Los hombres y las mujeres

vestidos de traje nos miran sin disimulo. A veces se me olvida lo distintos que

parecemos vistos desde fuera. Somos polos opuestos en casi todo pero, no sé

cómo, nos va bien así.

Brio es un restaurante italiano pequeño y pintoresco. El suelo está cubierto de

azulejos multicolores y el techo es un mural del cielo con querubines regordetes

y sonrientes que esperan junto a unas puertas blancas y un par de ángeles, uno

blanco y uno negro, abrazándose. El ángel blanco está intentando llevar al negro

al otro lado.

—¿Tess? —dice Hardin tirándome de la manga.

—Voy —musito, y vamos hacia nuestra mesa, que está al fondo.

Hardin se sienta en la silla que hay a mi lado, no en la de enfrente, y apoya

los codos sobre la mesa. Pide para los dos, pero no me importa porque él ya ha

comido antes aquí.

—¿Sois muy amigos el señor Vance y tú? —pregunto.

—Yo no diría tanto. Pero nos conocemos bastante. —Se encoge de hombros.

—Parece que os lleváis muy bien. Me gusta verte así.

Se le dibuja una pequeña sonrisa en los labios y me acaricia el muslo.

—¿Ah, sí?

—Sí. Me gusta verte feliz.

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