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After - Anna Todd

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Cierro los ojos y noto la tensión en mi vientre. Él continúa con su lento asalto

y, con un gemido, me muerdo el labio inferior.

—Abre los ojos —me ordena.

Mis ojos encuentran los suy os y eso me remata. Hardin detrás de mí,

abrazándome, mirando cómo me deshago con sus caricias… No necesito nada

más. Dejo caer la cabeza en su hombro y las piernas empiezan a temblarme.

—Eso es, nena —me arrulla, y me sujeta con más fuerza, sosteniéndome

mientras se me nubla la vista y gimo su nombre.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me besa en la sien y me acomoda un rizo

detrás de la oreja. Luego me arregla la falda y la alisa contra mis muslos. Me

vuelvo para verle la cara y mirar el reloj. Son sólo las siete y treinta y cinco.

« Era verdad que sólo necesitaba cinco minutos» , pienso, y sonrío.

—¿Ves? Ya estás mucho más relajada y lista para hacerte el ama del mundo

corporativo.

Sonríe la mar de contento, muy orgulloso de sí mismo. No lo culpo.

—La verdad es que sí. Pero tú eres muy mal ejemplo —lo pincho y cojo mi

bolso.

—Nunca he dicho lo contrario —repone—. Última oportunidad: ¿quieres que

te lleve y o? Aunque no tengo aquí el coche, así que tendría que llevarte en el

tuyo.

—No, aunque te lo agradezco igualmente.

—Buena suerte. Lo harás muy bien.

Me besa otra vez, le doy las gracias, cojo mis cosas y lo dejo en mi

habitación.

La mañana ha sido genial, a pesar de que la alarma haya sonado diez minutos

tarde. El tray ecto se pasa rápido y sin incidentes, por eso cuando llego al

aparcamiento son sólo las ocho y media. Decido llamar a Hardin para matar el

tiempo.

—¿Todo bien? —pregunta.

—Sí, y a he llegado —le digo. Me imagino que está muy ufano.

—Te lo he dicho. Podrías haber salido diez minutos más tarde y haberme

hecho una mamada.

Me río como una tonta.

—Eres un pervertido incluso a primera hora de la mañana.

—Sí, genio y figura.

—No voy a discutírtelo.

Bromeamos un buen rato sobre su falta de virtud hasta que es hora de que me

vay a a trabajar. Subo a la última planta, donde se encuentra el despacho de

Christian Vance, y le digo mi nombre a la mujer del mostrador.

Hace una llamada y poco después me deslumbra con una sonrisa.

—El señor Vance desea darte la bienvenida personalmente. Estará aquí

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