After - Anna Todd
CAPÍTULO 68Dejamos de besarnos y me siento a los pies de la cama. Hardin me sigue y seacomoda junto a la cabecera.—Vale, ahora cuéntame con quién te has peleado —digo—. ¿Con Zed?Me da miedo la respuesta.—No. Ha sido con unos chavales que no conocía.Es un gran alivio que no haya sido con Zed, pero entonces asimilo lo que hadicho.—Espera, ¿con unos chavales? ¿Cuántos eran?—Tres… o cuatro. No estoy seguro —se ríe.—No tiene gracia. Y ¿por qué te has peleado?—No lo sé… —Se encoge de hombros—. Estaba furioso porque te habíasmarchado con Zed. En aquel momento parecía buena idea.—Pues no lo era, y mira cómo te han dejado. —Frunzo el ceño y él ladea lacabeza con expresión perpleja—. ¿Qué?—Nada… Ven aquí —dice, y extiende los brazos.Asciendo por la cama, me siento entre sus piernas y me apoyo en su pecho.—Perdona lo mal que te he tratado…, que te trato —me susurra al oído.Un escalofrío me recorre el cuerpo al sentir su aliento en mi oreja y oír sudisculpa. No he tenido que arrancársela.—No pasa nada. Bueno, sí que pasa, pero te daré otra oportunidad.Espero que no haga que me arrepienta. No creo que pueda soportar más surollo de « ahora sí, ahora no» .—Gracias. Sé que no me la merezco. Pero soy lo bastante egoísta paraaceptarla —dice con la boca en mi pelo.Me rodea con el brazo. Estar sentada así con él se me hace extraño ynostálgico a la vez. Permanezco en silencio y me vuelve un poco los hombrospara verme la cara.—¿Qué te pasa?—Nada —digo—. Es que me da miedo que vuelvas a cambiar de opinión.Quiero lanzarme de cabeza a la piscina, pero me aterra la posibilidad de queno hay a agua.—No lo haré. Nunca he cambiado de opinión, sólo luchaba contra lo quesentía por ti. Sé que y a no crees en mis palabras, pero quiero ganarme tuconfianza. No volveré a hacerte daño —me promete al tiempo que apoy a lafrente en la mía.
—No, por favor —le suplico. Me da igual sonar patética.—Te quiero, Tessa —dice, y el corazón se me sale del pecho.Las palabras suenan perfectas en sus labios y haría lo que fuera por volver aoírlas.—Te quiero, Hardin.Es la primera vez que ambos lo decimos sin tapujos, y tengo que lucharcontra el pánico que me entra al pensar en la posibilidad de que vuelva a retirarsus palabras. Aunque lo haga, siempre me quedará el recuerdo de este momento,de cómo me han hecho sentir.—Dilo otra vez —susurra, y me vuelve del todo para que estemos frente afrente.En sus ojos veo más vulnerabilidad de la que nunca creí posible en él. Mepongo de rodillas y le cojo la cara entre las manos. Con los pulgares acaricio lasombra incipiente que cubre su rostro perfecto. Lo diré cuantas veces haga faltahasta que se crea que merece que alguien lo quiera.—Te quiero —repito, y cubro sus labios con los míos.Hardin gime agradecido, y su lengua roza la mía con ternura. Cada vez que lobeso es distinto, como si fuera la primera vez. Él es la droga de la que nuncatengo suficiente. Me abraza por la cintura y me estrecha hasta que no quedaespacio entre nuestros pechos. La cabeza me dice que me lo tome con calma,que lo bese despacio y que saboree cada segundo de esta dulce calma. Pero micuerpo me dice que lo agarre del pelo y le arranque la camiseta. Sus labiosrecorren mi mandíbula y se ciñen a mi cuello.Se acabó. Ya no puedo controlarme más. Somos así: rabia y pasión y, ahora,también amor. Se me escapa un gemido y él gruñe contra mi cuello, me coge dela cintura y me tumba sobre la cama. Lo tengo encima de mí.—Te… he… echado de menos… un montón —dice lamiéndome el cuello.No puedo mantener los ojos abiertos, es demasiado agradable. Baja lacremallera de mi chaqueta y me mira con ojos golosos. No me pide permisopara quitármela ni tampoco para quitarme la camiseta de tirantes por la cabeza.Le cuesta respirar cuando ve que arqueo la espalda para que me desabroche elsujetador.—Echaba de menos tu cuerpo… Cómo éste se amolda perfectamente a mimano —dice con voz ronca al tiempo que coge un seno con cada una.Gimo otra vez y aprieta las caderas contra mi bajo vientre para que note suexcitación. Tenemos la respiración agitada y fuera de control, y nunca lo hedeseado tanto. Parece que admitir lo que sentimos no ha hecho disminuir laabrasadora pasión que nos consume. Su mano se desliza por mi vientre desnudo ydesabrocha el primer botón de mis vaqueros. Mete los dedos en mis bragas yjadea contra mi boca:—Echaba de menos que siempre estés tan mojada por mí.
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—No, por favor —le suplico. Me da igual sonar patética.
—Te quiero, Tessa —dice, y el corazón se me sale del pecho.
Las palabras suenan perfectas en sus labios y haría lo que fuera por volver a
oírlas.
—Te quiero, Hardin.
Es la primera vez que ambos lo decimos sin tapujos, y tengo que luchar
contra el pánico que me entra al pensar en la posibilidad de que vuelva a retirar
sus palabras. Aunque lo haga, siempre me quedará el recuerdo de este momento,
de cómo me han hecho sentir.
—Dilo otra vez —susurra, y me vuelve del todo para que estemos frente a
frente.
En sus ojos veo más vulnerabilidad de la que nunca creí posible en él. Me
pongo de rodillas y le cojo la cara entre las manos. Con los pulgares acaricio la
sombra incipiente que cubre su rostro perfecto. Lo diré cuantas veces haga falta
hasta que se crea que merece que alguien lo quiera.
—Te quiero —repito, y cubro sus labios con los míos.
Hardin gime agradecido, y su lengua roza la mía con ternura. Cada vez que lo
beso es distinto, como si fuera la primera vez. Él es la droga de la que nunca
tengo suficiente. Me abraza por la cintura y me estrecha hasta que no queda
espacio entre nuestros pechos. La cabeza me dice que me lo tome con calma,
que lo bese despacio y que saboree cada segundo de esta dulce calma. Pero mi
cuerpo me dice que lo agarre del pelo y le arranque la camiseta. Sus labios
recorren mi mandíbula y se ciñen a mi cuello.
Se acabó. Ya no puedo controlarme más. Somos así: rabia y pasión y, ahora,
también amor. Se me escapa un gemido y él gruñe contra mi cuello, me coge de
la cintura y me tumba sobre la cama. Lo tengo encima de mí.
—Te… he… echado de menos… un montón —dice lamiéndome el cuello.
No puedo mantener los ojos abiertos, es demasiado agradable. Baja la
cremallera de mi chaqueta y me mira con ojos golosos. No me pide permiso
para quitármela ni tampoco para quitarme la camiseta de tirantes por la cabeza.
Le cuesta respirar cuando ve que arqueo la espalda para que me desabroche el
sujetador.
—Echaba de menos tu cuerpo… Cómo éste se amolda perfectamente a mi
mano —dice con voz ronca al tiempo que coge un seno con cada una.
Gimo otra vez y aprieta las caderas contra mi bajo vientre para que note su
excitación. Tenemos la respiración agitada y fuera de control, y nunca lo he
deseado tanto. Parece que admitir lo que sentimos no ha hecho disminuir la
abrasadora pasión que nos consume. Su mano se desliza por mi vientre desnudo y
desabrocha el primer botón de mis vaqueros. Mete los dedos en mis bragas y
jadea contra mi boca:
—Echaba de menos que siempre estés tan mojada por mí.