After - Anna Todd

02.05.2023 Views

cerrar el pico—. En realidad no es tu habitación. He dormido aquí tantas vecescomo tú. De hecho, alguna más —puntualizo.—¿No te cabía tu camiseta? —pregunta con la mirada fija en la camisetablanca. Ahí está, burlándose de mí.—Adelante, métete conmigo —digo con las lágrimas agolpándose en mispárpados.Me mira pero aparto la vista.—No me estaba metiendo contigo. —Se levanta del sillón y da un paso haciamí. Retrocedo y levanto las manos para impedirle que siga avanzando—. Sóloescúchame, ¿quieres?—¿Qué más tienes que decir, Hardin? Siempre hacemos lo mismo. Tenemosla misma pelea una y otra y otra vez, sólo que cada vez es peor. No lo aguantomás. No puedo.—Ya te he pedido disculpas por haberla besado —dice.—No es eso. Bueno, en parte sí que lo es, pero hay mucho más. El hecho deque no lo veas me demuestra que estamos perdiendo el tiempo. Nunca serásquien necesito que seas, y y o no soy lo que quieres que sea.Me enjugo las lágrimas y él mira por la ventana.—Sí eres lo que y o quiero —dice.Ojalá pudiera creerlo. Ojalá Hardin no fuera incapaz de sentir nada.—Pero tú no —es todo cuanto consigo decir.No quería llorar delante de él, pero no puedo evitarlo. He llorado tanto desdeque lo conozco y, si me enredo de nuevo en sus redes, así es como será siempre.—¿No soy qué?—No eres la persona que y o necesito, sólo sabes hacerme daño.Paso junto a él, cruzo el pasillo y entro en la habitación de invitados. Mepongo los pantalones a toda velocidad y recojo mis cosas sin que Hardin me quitela vista de encima.—¿No oíste lo que te dije ay er? —Ha tardado en hablar. Esperaba que lomencionara—. Contéstame —insiste.—Sí… Lo oí —le digo evitando mirar en su dirección.Su tono se vuelve hostil.—Y ¿no tienes nada que decir al respecto?—No —miento. Se me pone delante—. Quita —le suplico.Lo tengo peligrosamente cerca y sé lo que va a hacer en cuanto se agachapara besarme. Trato de apartarme de él pero sus fuertes manos me sujetan confuerza. Sus labios acarician los míos, su lengua intenta abrirse paso hacia miboca, pero no lo dejo.Echa la cabeza ligeramente atrás.—Bésame, Tess —me ordena.—No. —Lo empujo en el pecho.

—Dime que no sientes lo mismo que yo y me iré.Tengo su cara a centímetros de la mía, su aliento tibio en mi piel.—No siento lo mismo. —Me duele decirlo pero tiene que irse.—Sí que lo sientes —dice con tono de desesperación—. Sé que sientes lomismo.—No, Hardin, y tú tampoco. ¿De verdad creías que me lo iba a tragar?Me suelta.—¿No crees que te quiero?—Pues claro que no. ¿Me tomas por imbécil?Se me queda mirando un segundo, abre la boca y vuelve a cerrarla.—Tienes razón —admite.—¿Qué?Se encoge de hombros.—Tienes razón, no siento lo mismo. No te quiero. Sólo estaba añadiendodramatismo a todo el asunto —escupe, y se echa a reír.Sabía que no lo decía en serio, pero no por eso su sinceridad me duele menos.Una parte de mí, una parte may or de lo que quiero admitir, esperaba que lodijera de verdad.Se apoy a contra la pared y salgo de la habitación con mi bolsa en la mano.Cuando llego a la escalera, Karen me sonríe.—¡Tessa, cielo, no sabía que estuvieras aquí! —Se le borra la sonrisa de lacara en cuanto nota que me va a dar algo—. ¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido?—No, nada, estoy bien. Es que anoche no conseguí entrar en mi habitacióny …—Karen —dice la voz de Hardin detrás de mí.—¡Hardin! —Su sonrisa reaparece—. ¿Os apetece algo para desayunar?Bueno, para almorzar. Ya casi es mediodía.—No, gracias. Ya me iba a la residencia —le digo bajando la escalera.—Yo tengo hambre —dice Hardin detrás de mí.Karen parece sorprendida. Nos mira primero a mí y luego a él.—¡Genial! —exclama—. ¡Estaré en la cocina!Desaparece y sigo andando hacia la puerta.—¿Adónde vas? —Hardin me coge por la muñeca. Me resisto unos segundoshasta que la suelta.—A la residencia, acabo de decirlo.—¿Vas a ir andando?—Pero ¿a ti qué te pasa? Actúas como si no ocurriera nada, como si no noshubiéramos peleado, como si no hubieras hecho nada. Estás mal de la cabeza,Hardin, loco de atar. Necesitas un manicomio, medicación y paredes acolchadas.¿Me dices unas cosas horribles y luego te ofreces a llevarme? —No puedo con él.—No te he dicho nada tan horrible. De hecho, lo único que he dicho es que no

—Dime que no sientes lo mismo que yo y me iré.

Tengo su cara a centímetros de la mía, su aliento tibio en mi piel.

—No siento lo mismo. —Me duele decirlo pero tiene que irse.

—Sí que lo sientes —dice con tono de desesperación—. Sé que sientes lo

mismo.

—No, Hardin, y tú tampoco. ¿De verdad creías que me lo iba a tragar?

Me suelta.

—¿No crees que te quiero?

—Pues claro que no. ¿Me tomas por imbécil?

Se me queda mirando un segundo, abre la boca y vuelve a cerrarla.

—Tienes razón —admite.

—¿Qué?

Se encoge de hombros.

—Tienes razón, no siento lo mismo. No te quiero. Sólo estaba añadiendo

dramatismo a todo el asunto —escupe, y se echa a reír.

Sabía que no lo decía en serio, pero no por eso su sinceridad me duele menos.

Una parte de mí, una parte may or de lo que quiero admitir, esperaba que lo

dijera de verdad.

Se apoy a contra la pared y salgo de la habitación con mi bolsa en la mano.

Cuando llego a la escalera, Karen me sonríe.

—¡Tessa, cielo, no sabía que estuvieras aquí! —Se le borra la sonrisa de la

cara en cuanto nota que me va a dar algo—. ¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido?

—No, nada, estoy bien. Es que anoche no conseguí entrar en mi habitación

y …

—Karen —dice la voz de Hardin detrás de mí.

—¡Hardin! —Su sonrisa reaparece—. ¿Os apetece algo para desayunar?

Bueno, para almorzar. Ya casi es mediodía.

—No, gracias. Ya me iba a la residencia —le digo bajando la escalera.

—Yo tengo hambre —dice Hardin detrás de mí.

Karen parece sorprendida. Nos mira primero a mí y luego a él.

—¡Genial! —exclama—. ¡Estaré en la cocina!

Desaparece y sigo andando hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —Hardin me coge por la muñeca. Me resisto unos segundos

hasta que la suelta.

—A la residencia, acabo de decirlo.

—¿Vas a ir andando?

—Pero ¿a ti qué te pasa? Actúas como si no ocurriera nada, como si no nos

hubiéramos peleado, como si no hubieras hecho nada. Estás mal de la cabeza,

Hardin, loco de atar. Necesitas un manicomio, medicación y paredes acolchadas.

¿Me dices unas cosas horribles y luego te ofreces a llevarme? —No puedo con él.

—No te he dicho nada tan horrible. De hecho, lo único que he dicho es que no

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