After - Anna Todd
él. Me pidió que le diera tu teléfono, se fue de la bolera y no volvió. —Sonríe, senota que se alegra por mí.—No se lo digas a nadie —digo—. Ni yo misma sé muy bien qué estápasando.Steph me promete no decir ni una palabra y nos pasamos la tarde hablandode ella y de Tristan, hasta que él viene a buscarla para llevarla a cenar. La besaen cuanto se abre la puerta, la abraza mientras recoge sus cosas y le sonríe sinparar. ¿Por qué Hardin no puede ser así conmigo?No sé nada de él desde hace varias horas, pero no quiero escribirle yoprimero. Es infantil, lo sé, pero me da igual. Cuando Steph y Tristan se marchan,termino de estudiar y preparo mis cosas para darme una ducha. Hasta que mevibra el móvil. El corazón me da un salto mortal en cuanto veo el nombre deHardin en la pantalla. Abro el mensaje de inmediato:¿D u e r m e s e sta noc h e c onm igo?Lleva horas sin hablarme, pero ¿quiere que duerma con él otra vez?¿P o r q ué ? ¿P a r a q ue p ue da s volve r a c om por ta r te c o m o u nc a p ullo c onm ig o?Quiero verlo, aunque sigo enfadada.Voy ha c ia a llá . P r e p a r a tu s c o sa s.Pongo los ojos en blanco. Es un mandón, pero aun así me hace ilusión verlo.Corro a ducharme para no tener que hacerlo en la fraternidad. Para cuandotermino, apenas me queda tiempo para prepararme la ropa de mañana. Odiotener que ir en autobús hasta Vance cuando en coche sólo se tardan treintaminutos. Tengo que volver a intentar comprarme un coche. Estoy doblandopulcramente mi ropa y guardándola en mi bolsa cuando Hardin abre la puerta,por supuesto sin llamar.—¿Lista? —pregunta cogiendo mi monedero.Asiento, me echo la bolsa al hombro y lo sigo. Caminamos hacia su coche ensilencio y rezo para que el resto de la noche no sea así.
CAPÍTULO 56Me vuelvo hacia la ventanilla del coche; no quiero ser la primera en hablar.Pasadas un par de manzanas, Hardin enciende la radio y la pone a todo volumen.Pongo los ojos en blanco pero trato de ignorarlo. Hasta que no lo soporto más.Odio su gusto musical, y me está dando dolor de cabeza. Sin pedir permiso, bajoel volumen y Hardin me mira.—¿Qué? —salto.—Caray, parece que alguien está de mala leche —dice.—No, sólo es que no quería escuchar eso, y si alguien está de mal humoraquí, ése eres tú. Antes te has portado fatal conmigo, y luego vas y me mandasun mensaje pidiéndome que me quede a dormir contigo. No lo entiendo.—Estaba enfadado porque has sacado el tema de la boda. Ahora que y ahemos decidido que no vamos a ir, ya no tengo por qué estar de mal humor —replica en tono tranquilo y seguro.—No hay nada decidido, ni siquiera lo hemos hablado.—Sí que lo hemos hablado, y ya te he dicho que no voy a ir, así que déjalo deuna vez, Theresa.—Puede que tú no vayas a ir, pero yo sí. Y esta semana pienso ir a casa de tupadre a aprender a hacer pasteles con Karen —le digo.Aprieta los dientes y me mira fijamente.—No vas a ir a la boda. Y ¿qué pasa?, ¿de repente Karen es tu mejor amiga?¡Si acabas de conocerla!—¿Y qué si acabo de conocerla? ¡A ti también acabo de conocerte!Agacha la cabeza y me siento fatal, pero es la pura verdad.—¿Por qué estás tan respondona?—Porque no pienso permitir que me digas lo que debo o no debo hacer,Hardin. Olvídalo. Si quiero ir a la boda, iré, y me gustaría mucho que vinierasconmigo. Podría ser divertido, a lo mejor hasta te lo pasas bien. Significaríamucho para tu padre y para Karen, aunque a ti eso parece darte igual.No dice nada. Deja escapar una larga bocanada de aire y yo me vuelvo otravez hacia la ventanilla. El resto del tray ecto transcurre en silencio, estamosdemasiado enfadados para hablar. Cuando llegamos a la fraternidad, Hardin sacami bolsa del asiento de atrás y se la echa al hombro.—¿Por qué eres miembro de una fraternidad? —le pregunto. Llevo queriendosaber la respuesta desde que descubrí que tenía una habitación aquí.Respira hondo, echamos a andar hacia los escalones de la entrada.
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CAPÍTULO 56
Me vuelvo hacia la ventanilla del coche; no quiero ser la primera en hablar.
Pasadas un par de manzanas, Hardin enciende la radio y la pone a todo volumen.
Pongo los ojos en blanco pero trato de ignorarlo. Hasta que no lo soporto más.
Odio su gusto musical, y me está dando dolor de cabeza. Sin pedir permiso, bajo
el volumen y Hardin me mira.
—¿Qué? —salto.
—Caray, parece que alguien está de mala leche —dice.
—No, sólo es que no quería escuchar eso, y si alguien está de mal humor
aquí, ése eres tú. Antes te has portado fatal conmigo, y luego vas y me mandas
un mensaje pidiéndome que me quede a dormir contigo. No lo entiendo.
—Estaba enfadado porque has sacado el tema de la boda. Ahora que y a
hemos decidido que no vamos a ir, ya no tengo por qué estar de mal humor —
replica en tono tranquilo y seguro.
—No hay nada decidido, ni siquiera lo hemos hablado.
—Sí que lo hemos hablado, y ya te he dicho que no voy a ir, así que déjalo de
una vez, Theresa.
—Puede que tú no vayas a ir, pero yo sí. Y esta semana pienso ir a casa de tu
padre a aprender a hacer pasteles con Karen —le digo.
Aprieta los dientes y me mira fijamente.
—No vas a ir a la boda. Y ¿qué pasa?, ¿de repente Karen es tu mejor amiga?
¡Si acabas de conocerla!
—¿Y qué si acabo de conocerla? ¡A ti también acabo de conocerte!
Agacha la cabeza y me siento fatal, pero es la pura verdad.
—¿Por qué estás tan respondona?
—Porque no pienso permitir que me digas lo que debo o no debo hacer,
Hardin. Olvídalo. Si quiero ir a la boda, iré, y me gustaría mucho que vinieras
conmigo. Podría ser divertido, a lo mejor hasta te lo pasas bien. Significaría
mucho para tu padre y para Karen, aunque a ti eso parece darte igual.
No dice nada. Deja escapar una larga bocanada de aire y yo me vuelvo otra
vez hacia la ventanilla. El resto del tray ecto transcurre en silencio, estamos
demasiado enfadados para hablar. Cuando llegamos a la fraternidad, Hardin saca
mi bolsa del asiento de atrás y se la echa al hombro.
—¿Por qué eres miembro de una fraternidad? —le pregunto. Llevo queriendo
saber la respuesta desde que descubrí que tenía una habitación aquí.
Respira hondo, echamos a andar hacia los escalones de la entrada.