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After - Anna Todd

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—¿Por qué no? Te he visto desnuda y tú me has visto a mí. ¿Qué problema

hay ?

—No sé… Es que no quiero.

Sé que y a me ha visto desnuda, pero esto parece demasiado íntimo. Incluso

más íntimo que lo que acabamos de hacer.

—Vale. Entonces, tú primero —concede, pero en su voz hay una nota de

mala leche.

Le sonrío con dulzura, me desvisto e ignoro su tono quejumbroso. Me pega un

buen repaso y luego mira hacia otra parte. Compruebo la temperatura del agua y

me meto.

Él permanece en silencio mientras me mojo el pelo. Está demasiado callado.

—¿Hardin? —lo llamo. ¿Me habrá dejado sola en el baño?

—¿Sí?

—Creía que te habías ido.

Aparta la cortina y mete la cabeza.

—No, sigo aquí.

—¿Qué te pasa? —le pregunto frunciendo el ceño, preocupada por él.

Menea la cabeza pero no dice nada. ¿Se ha puesto de morros como un crío

porque no dejo que se duche conmigo? Me dan ganas de invitarlo a que se meta,

pero quiero que entienda que no puede salirse siempre con la suy a. Lo oigo

sentarse sobre la tapa del váter.

El champú y el gel huelen mucho a almizcle. Echo de menos mi champú de

vainilla, aunque éste servirá. Habría sido mejor que Hardin se quedase a dormir

en mi habitación, pero Steph estará allí y no quiero tener que darle explicaciones.

Tampoco creo que Hardin fuera tan cariñoso con ella cerca. Me molesta

pensarlo, así que procuro no hacerlo.

—¿Me pasas una toalla? —digo cerrando el grifo—. O dos, si te sobra alguna.

—Me gusta tener una toalla para el pelo y otra para el cuerpo.

Su mano aparece por detrás de la cortina con dos toallas. Le doy las gracias y

él musita algo que no consigo entender.

Se baja los pantalones mientras me seco y vuelve a abrir el grifo. Corre la

cortina con sus brazos largos y no puedo evitar quedarme embelesada con su

cuerpo desnudo. Cuanto más lo veo así, más bonitos me parecen sus tatuajes. Se

mete en la ducha y y o sigo mirándolo. Se moja el pelo y corre la cortina.

Debería haberme duchado con él. No porque se hay a puesto de morros, sino

porque era lo que de verdad me apetecía hacer.

—Vuelvo a la habitación —le digo. Total, va a ignorarme de todos modos.

Descorre la cortina de un tirón y se caen algunas anillas.

—No, de eso nada.

—Vale, y ¿ahora qué te pasa? —salto.

—Nada, pero no vas a volver tú sola al cuarto. En esta casa viven treinta tíos,

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