After - Anna Todd

02.05.2023 Views

no me muevo. Oigo el latido de su corazón, que bombea acelerado contra mimejilla. Pobre Hardin. Llevo las manos a sus costados y lo abrazo. Él meacaricia el pelo mientras repite mi nombre una y otra vez, como si fuera sumantra en la oscuridad.—Hardin, ¿estás bien? —Mi tono es más bajo que un susurro.—No —confiesa.Su pecho se hincha y se deshincha más despacio, pero sigue teniendo larespiración acelerada. No quiero que se sienta presionado a hablar sobre lapesadilla que acaba de tener. No le pregunto si quiere que me quede; de algunaforma sé que sí quiere. Cuando me separo de él para apagar la luz, se pone tenso.—Iba a apagar la luz; ¿quieres que la deje encendida? —le pregunto.En cuanto se da cuenta de mi intención, se relaja y me deja alcanzar lalámpara.—Apágala, por favor —me pide.Una vez que la habitación vuelve a estar a oscuras, apoy o de nuevo la cabezasobre su pecho. Supongo que permanecer en esta posición, sentada a horcajadassobre él, va a ser complicado, pero a ambos nos parece reconfortante. Oír ellatido de su corazón bajo la dura superficie de su pecho es relajante, más aún queel repiqueteo de la lluvia sobre el tejado. Haría lo que fuera, daría lo que fuerapor pasar cada noche con él, por estar tumbados así, por tener sus brazos a mialrededor mientras escucho su pausada respiración.Me despierto cuando Hardin se revuelve. Sigo estando tumbada sobre él, con lasrodillas a los lados. Levanto la cabeza y me encuentro con sus intensos ojosverdes. A la luz del día, no creo que me desee de la misma forma que anoche.No soy capaz de descifrar su expresión, lo que da pie a que los nervios seapoderen de mí. Decido levantarme, porque me duele el cuello de dormir en esaposición, y quiero estirar las piernas.—Buenos días. —Me dedica una amplia sonrisa, que revela sus hoyuelos yapacigua mis temores.—Buenos días.—¿Adónde vas? —pregunta.—Me duele el cuello —le digo, y me arrastra para que me tumbe de ladojunto a él, con la espalda contra su pecho.Me sobresalto cuando lleva una mano a mi cuello, pero me recupero alinstante cuando empieza a masajeármelo. Cierro los ojos y hago una mueca dedolor cuando llega a la zona entumecida, pero el dolor desaparece poco a pocomientras me masajea.—Gracias —dice de pronto.Giro la cabeza para mirarlo.

—¿Por?« ¿A lo mejor quiere que les dé las gracias por el masaje del cuello?»—Por… venir —contesta—. Por quedarte.Se sonroja y aparta la vista. Está avergonzado. Hardin, avergonzado; nuncadeja de sorprenderme, ni de confundirme.—No tienes que darme las gracias —replico—. ¿Quieres hablar de ello? —Espero que sí. Quiero saber qué sueña.—No —niega con rotundidad, y yo asiento.Me gustaría seguir insistiendo, pero sé qué sucederá si lo hago.—Pero podemos hablar de lo increíblemente sexi que te queda mi camiseta—me susurra al oído.Me da un suave empujón con la cabeza y pega los labios a mi piel. Yo cierrolos ojos en respuesta a los cariñosos tirones de sus carnosos labios en el lóbulo demi oreja. Noto cómo se le va poniendo dura, y estoy tan a gusto que empiezo aadormilarme. Disfruto con este tipo de cambios de humor.—Hardin… —susurro, y él se ríe contra mi cuello.Desliza ambas manos por mi cuerpo; con el pulgar recorre el elástico delenorme pantalón de pijama. Noto que se me acelera el pulso y sofoco un grititocuando su mano se pierde dentro. Siempre produce el mismo efecto en mí; encuestión de segundos se me mojan las bragas. Con la otra mano me acaricia unpecho, y sisea cuando pasa el pulgar por el sensible pezón. Me alegra haberdecidido quitarme el sujetador para dormir.—No podría cansarme de ti, Tess. —Su áspera voz se ha vuelto incluso másprofunda, y está cargada de deseo.Ahueca la mano por encima de mis bragas y me atrae todo lo posible haciaél. Noto la presión de su erección. Bajo el brazo y le saco la mano de mi pijama.Cuando me doy la vuelta para mirarlo, tiene el ceño fruncido.—Qui… quiero hacerte algo —susurro despacio, avergonzada.Una sonrisa sustituy e el ceño fruncido, y me sujeta la barbilla entre los dedospara obligarme a mirarlo.—¿Qué quieres hacerme? —pregunta.No lo sé, lo único que sé es que quiero que disfrute tanto como él me hacedisfrutar a mí. Quiero que pierda el control igual que yo ay er en esta mismahabitación.—No lo sé… —digo—. ¿Qué quieres que te haga? —En mi tono se adivina lafalta de experiencia.Hardin me coge las manos y las desliza hasta el bulto de sus pantalones.—Quiero sentir esos carnosos labios sobre ella.Doy un respingo ante sus palabras, y siento la presión entre las piernas.—¿Te gustaría hacerlo? —pregunta mientras me mueve las manos en círculossobre su entrepierna. Sus oscuros ojos me observan, evalúan mi reacción.

no me muevo. Oigo el latido de su corazón, que bombea acelerado contra mi

mejilla. Pobre Hardin. Llevo las manos a sus costados y lo abrazo. Él me

acaricia el pelo mientras repite mi nombre una y otra vez, como si fuera su

mantra en la oscuridad.

—Hardin, ¿estás bien? —Mi tono es más bajo que un susurro.

—No —confiesa.

Su pecho se hincha y se deshincha más despacio, pero sigue teniendo la

respiración acelerada. No quiero que se sienta presionado a hablar sobre la

pesadilla que acaba de tener. No le pregunto si quiere que me quede; de alguna

forma sé que sí quiere. Cuando me separo de él para apagar la luz, se pone tenso.

—Iba a apagar la luz; ¿quieres que la deje encendida? —le pregunto.

En cuanto se da cuenta de mi intención, se relaja y me deja alcanzar la

lámpara.

—Apágala, por favor —me pide.

Una vez que la habitación vuelve a estar a oscuras, apoy o de nuevo la cabeza

sobre su pecho. Supongo que permanecer en esta posición, sentada a horcajadas

sobre él, va a ser complicado, pero a ambos nos parece reconfortante. Oír el

latido de su corazón bajo la dura superficie de su pecho es relajante, más aún que

el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado. Haría lo que fuera, daría lo que fuera

por pasar cada noche con él, por estar tumbados así, por tener sus brazos a mi

alrededor mientras escucho su pausada respiración.

Me despierto cuando Hardin se revuelve. Sigo estando tumbada sobre él, con las

rodillas a los lados. Levanto la cabeza y me encuentro con sus intensos ojos

verdes. A la luz del día, no creo que me desee de la misma forma que anoche.

No soy capaz de descifrar su expresión, lo que da pie a que los nervios se

apoderen de mí. Decido levantarme, porque me duele el cuello de dormir en esa

posición, y quiero estirar las piernas.

—Buenos días. —Me dedica una amplia sonrisa, que revela sus hoyuelos y

apacigua mis temores.

—Buenos días.

—¿Adónde vas? —pregunta.

—Me duele el cuello —le digo, y me arrastra para que me tumbe de lado

junto a él, con la espalda contra su pecho.

Me sobresalto cuando lleva una mano a mi cuello, pero me recupero al

instante cuando empieza a masajeármelo. Cierro los ojos y hago una mueca de

dolor cuando llega a la zona entumecida, pero el dolor desaparece poco a poco

mientras me masajea.

—Gracias —dice de pronto.

Giro la cabeza para mirarlo.

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