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After - Anna Todd

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—No lo sé…, es que parece pesado tener que limpiar lo que los demás

ensucian todos los fines de semana, sobre todo cuando tú ni siquiera bebes.

—Lo es, pero no he encontrado nada mejor que hacer con mi tiempo, así

que… —Se interrumpe.

Sé que todavía me está mirando, pero mantengo la vista apartada.

El resto del viaje transcurre en silencio. No es incómodo, sino tranquilo.

Mientras camino sola desde el aparcamiento hasta la residencia, estoy tan

atacada que creo que me va a dar algo. Acabo de pasar la noche y la may or

parte de la tarde con Hardin y nos hemos aguantado, más o menos. Me lo he

pasado bien, muy bien. ¿Por qué no podré pasarlo tan bien con alguien a quien le

guste de verdad? Como Noah. Sé que debería devolverle la llamada, pero quiero

disfrutar del momento.

De regreso en mi habitación, me sorprende ver a Steph; normalmente pasa el

fin de semana fuera.

—¿Dónde has estado, señorita? —bromea, y se lleva un puñado de palomitas

con queso a la boca.

Me río, y me quito los zapatos antes de desplomarme sobre la cama.

—He estado buscando un coche.

—¿Lo has encontrado? —pregunta, y me dispongo a contarle los cuchitriles

en los que he estado, sin mencionar la presencia de Hardin.

Unos minutos después, alguien toca a la puerta y Steph se levanta para abrir.

—¿Qué haces tú aquí? —gruñe.

« Hardin.» Levanto la vista, nerviosa, y él se acerca hasta mi cama. Tiene

las manos metidas en los bolsillos, y se balancea sobre los talones.

—¿Me he dejado algo en tu coche? —pregunto, y oigo un gritito ahogado de

Steph. Tendré que explicárselo después, aunque tampoco tengo muy claro cómo

hemos acabado pasando el día juntos.

—Eh…, no. Es que, bueno, he pensado que quizá podría llevarte a casa de mi

padre esta noche. Como no has encontrado ningún coche… —suelta de golpe, sin

que parezca que se esté dando cuenta o que le importe que Steph esté en la

habitación con la mandíbula inferior rozándole el suelo—. Si no…, tampoco pasa

nada, sólo quería ofrecerme.

Me incorporo, y él se muerde el aro del labio con los dientes. Me encanta que

haga eso. Estoy tan sorprendida por su oferta que casi se me pasa responderle.

—Sí…, sería genial. Gracias.

Sonrío, y él me devuelve la sonrisa y se muestra agradable y visiblemente

aliviado. Saca una mano del bolsillo y se la pasa por el pelo antes de volver a

meterla donde estaba.

—Vale… Me paso sobre las seis y media para que llegues a tiempo.

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