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After - Anna Todd

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que es peligroso dejar que se den este tipo de pequeños y, en apariencia,

insignificantes momentos entre nosotros, pero no puedo controlarme cuando se

trata de él. Me he convertido en una simple observadora en todo este torbellino.

Hardin acaba dirigiéndose a Bob’s Super Cars, y le doy las gracias. Bob resulta

ser un hombre bajo, sudoroso y con exceso de gomina que huele a nicotina y a

cuero, y en cuy a sonrisa destaca un diente de oro. Mientras hablo con él, Hardin

se queda cerca y se dedica a hacer muecas cuando él no está mirando. Al

hombrecillo parece que lo intimida el tosco aspecto de Hardin, pero no lo culpo.

Echo un vistazo al estado del Prius de segunda mano, y decido no quedármelo.

Tengo la sensación de que se estropeará en cuanto salga del aparcamiento, y Bob

tiene la norma estricta de no aceptar devoluciones.

Visitamos unos cuantos distribuidores más, y todos son igual de cutres.

Después de pasar la mañana con incontables hombres de calva incipiente, decido

suspender la búsqueda del coche. Tendré que alejarme mucho más del campus

para encontrar uno decente, y hoy y a no me apetece seguir con ello. Decidimos

comprar algo de comer en el servicio para coches de un bar de carretera y,

mientras nos lo comemos, para mi sorpresa Hardin me cuenta la historia de

cuando arrestaron a Zed por vomitar por todo el suelo en un Wendy ’s el año

pasado. El día está y endo mucho mejor de lo que esperaba, y por una vez siento

que podríamos pasar el semestre sin matarnos el uno al otro.

En el camino de vuelta al campus, pasamos por un monísimo y pequeño

establecimiento de y ogur helado, y le pido a Hardin que pare. Él gruñe y actúa

como si no quisiera, pero veo un atisbo de sonrisa oculto bajo sus disgustadas

facciones. Hardin me dice que busque un sitio libre, y él va a por los yogures,

que trae cargados hasta arriba de todos los tipos de dulce y galleta imaginables.

Tienen una pinta asquerosa, pero me convence de que es la única forma de

amortizar lo que valen. Por repugnante que parezca, está buenísimo. No consigo

tomarme ni la mitad del mío, pero él acaba felizmente con su bol y los restos del

mío.

—¿Hardin? —dice la voz de un hombre.

Él levanta la cabeza y entorna los ojos. « ¿Puede ser que tenga acento?» El

desconocido sujeta una mochila y una bandeja llena de tarrinas de y ogur.

—Ah… Hola —dice Hardin, y sé por instinto que es su padre.

El hombre es alto y delgado, como él. Sus ojos tienen la misma forma,

aunque son marrón oscuro en lugar de verdes. Aparte de eso, son polos opuestos.

Su padre lleva unos pantalones de vestir grises y un chaleco de punto. En su

cabello castaño se distinguen algunas canas, repartidas por los lados, y su porte es

fríamente profesional. Hasta que sonríe, eso es, y muestra una amabilidad

similar a la de Hardin cuando deja de empeñarse en comportarse como un

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