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After - Anna Todd

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—No me hace falta verla para saber lo mala que es. Puedo contarte el final:

ella recupera la memoria y viven felices y comen perdices —dice en un tono de

voz muy chillón.

—Pues te equivocas; de hecho, no acaba así. —Me río.

Hardin me saca de quicio la may or parte del tiempo, pero en contadas

ocasiones como ésta hace que no recuerde lo terrible que puede llegar a ser. Se

me olvida que debería odiarlo, y en lugar de eso me encuentro lanzándole una de

las almohadas de Steph. Él deja que le dé, aunque podría haberla detenido con

facilidad, y empieza a gritar como si le hubiese hecho daño de verdad, así que

ambos nos reímos de nuevo.

—Deja que me quede y vea la película contigo —medio pregunta, medio

exige.

—No creo que sea buena idea —le digo, y él se encoge de hombros.

—Las peores ideas suelen ser las mejores —repone—. Además, no querrás

que vuelva borracho, ¿no? —Sonríe, y no puedo resistirme, aunque sé que

debería.

—Vale, pero te sientas en el suelo o en la cama de Steph.

Hace pucheros, pero me mantengo firme. Dios sabe lo que podría pasar si

nos tumbamos los dos en mi estrecha cama. Me sonrojo ante las posibilidades y

me reprendo a mí misma por pensar en ello cuando acabo de prometerle a Noah

que me mantendría alejada de Hardin. Parece una promesa muy sencilla, pero

de alguna forma siempre acabo encontrando el camino hasta Hardin. O bien,

como esta noche, él encuentra el camino hasta mí.

Hardin se desliza hasta el suelo, y yo me tomo un momento para admirar lo

bueno que está con una simple camiseta blanca. El contraste de la tinta negra con

la tela blanca es perfecto, y me encanta la forma en que la enredadera de la

base de su cuello sobresale por el borde de la camiseta y la tinta negra se entrevé

por debajo del tejido.

Le doy al « Play» y, acto seguido, me pregunta:

—¿Tienes palomitas?

—No, deberías haberlas traído tú —bromeo, y giro la pantalla para que vea

mejor desde el suelo.

—Siempre puedo ir a por otro tipo de picoteo —dice, y le doy con la mano

abierta en la cabeza de broma.

—Mira la película, y no hables más o te pongo de patillas en la calle.

Hardin finge cerrarse los labios con cremallera y me tiende una llave

invisible, ante lo que me da una risita floja mientras finjo tirarla por detrás de mí.

Cuando se recuesta contra la cama, me siento más tranquila y en paz que en toda

la semana.

Hardin me mira a mí más que a la película, pero no me importa. Me doy

cuenta de cómo sonríe cuando me río en una escena divertida, de cómo frunce el

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