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After - Anna Todd

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—Ah —respondo.

Se quita la camiseta y y o aparto la mirada. Su estómago tatuado es perfecto.

Me lanza la prenda pero no la cojo y dejo que caiga al suelo. Enarco una ceja y

él sonríe.

—Póntela para dormir. Supongo que no querrás meterme en la cama con la

ropa interior. Aunque, por supuesto, a mí no me importaría en absoluto que lo

hicieras. —Me guiña un ojo y me río como una tonta.

« ¿Por qué me estoy riendo?»

No puedo dormir con su camiseta, me sentiré demasiado desnuda.

—Dormiré con lo que llevo puesto —decido.

Observa mi ropa. No ha hecho ningún comentario grosero respecto a mi

falda larga ni mi blusa azul holgada, así que espero que no empiece ahora.

—Vale, como quieras; si prefieres estar incómoda, adelante.

Se dirige a la cama, vestido sólo con su bóxer, y empieza a tirar los cojines de

decoración de la cama al suelo.

Me acerco y abro el baúl, que, como había imaginado, está vacío.

—No los tires al suelo. Van aquí —le digo, pero él se ríe y arroja otro más al

suelo.

Gruñendo, recojo los cojines y los guardo en el baúl. Hardin se ríe de nuevo

y retira el cubrecama antes de dejarse caer sobre el colchón. A continuación se

lleva los brazos detrás de la cabeza, cruza los pies y me sonríe. Las palabras

tatuadas en sus costillas se estiran por la posición de sus brazos. Su cuerpo largo y

definido es exquisito.

—No irás a lloriquear por tener que dormir en la cama conmigo, ¿verdad? —

pregunta, y pongo los ojos en blanco.

No pensaba hacerlo. Sé que está mal, pero deseo dormir en la cama con

Hardin más de lo que he deseado nunca nada antes.

—No, la cama es lo bastante grande para los dos —respondo con una sonrisa.

No sé si es por su sonrisa o por el hecho de que sólo lleve puesto el bóxer,

pero estoy de mucho mejor humor que antes.

—Ésa es la Tessa que a mí me gusta —bromea, y el corazón se me sale del

pecho ante su elección de palabras. Sé que no le gusto, y que nunca le gustaré, no

de esa manera, pero me ha encantado oírlo de sus labios.

Me meto en la cama y me acurruco en un extremo, lo más alejada del

cuerpo de Hardin que puedo. Un centímetro más y me caeré al suelo. Oigo

cómo se ríe y me vuelvo para mirarlo.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Nada —miente, y se muerde el labio para intentar no reírse.

Me gusta este Hardin juguetón; su humor es contagioso.

—¡Dímelo! —digo haciendo pucheros.

Sus ojos se centran en mi boca y se lame los labios antes de atrapar el

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