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La Concordia Global

Pero trata primero de llenar el mundo de cristianos verdaderos antes de gobernarlo cristiana y evangélicamente. No lo conseguirás nunca, porque el mundo y la multitud no son ni serán cristianos, aunque todos estén bautizados y se llamen cristianos. Pero los cristianos viven (como se dice) lejos los unos de los otros. Por eso es imposible que haya un régimen cristiano común para todo el mundo, ni siquiera para un país o una multitud numerosa, ya que siempre hay más malos que buenos. Quien se atreva a gobernar todo un país o el mundo por medio del evangelio, procederá como un pastor que encierra en un establo lobos, leones, águilas y ovejas, dejándolos que se mezclen libremente, mientras dice: "Paced, y sed buenos y pacíficos unos con otros; el establo está abierto. Tenéis suficiente pasto, y no precisáis temer perros ni bastonazos". Las ovejas se mantendrían en paz, y se dejarían pastorear y gobernar tranquilamente; pero no vivirían por mucho tiempo, ni sobreviviría ningún animal.

Pero trata primero de llenar el mundo de cristianos verdaderos antes de gobernarlo cristiana y evangélicamente. No lo conseguirás nunca, porque el mundo y la multitud no son ni serán cristianos, aunque todos estén bautizados y se llamen cristianos. Pero los cristianos viven (como se dice) lejos los unos de los otros. Por eso es imposible que haya un régimen cristiano común para todo el mundo, ni siquiera para un país o una multitud numerosa, ya que siempre hay más malos que buenos. Quien se atreva a gobernar todo un país o el mundo por medio del evangelio, procederá como un pastor que encierra en un establo lobos, leones, águilas y ovejas, dejándolos que se mezclen libremente, mientras dice: "Paced, y sed buenos y pacíficos unos con otros; el establo está abierto. Tenéis suficiente pasto, y no precisáis temer perros ni bastonazos". Las ovejas se mantendrían en paz, y se dejarían pastorear y gobernar tranquilamente; pero no vivirían por mucho tiempo, ni sobreviviría ningún animal.

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<strong>La</strong> <strong>Concordia</strong> <strong>Global</strong><br />

El reformador se retiró luego junto con sus amigos, demostrando así a las claras que no<br />

debía esperarse una retractación de su parte. Pero esto no era lo que el cardenal se había<br />

propuesto. Se había lisonjeado de que por la violencia obligaría a Lutero a someterse. Al<br />

quedarse solo con sus partidarios, miró de uno a otro desconsolado por el inesperado fracaso<br />

de sus planes. Esta vez los esfuerzos de Lutero no quedaron sin buenos resultados. El vasto<br />

concurso reunido allí pudo comparar a ambos hombres y juzgar por sí mismo el espíritu que<br />

habían manifestado, así como la fuerza y veracidad de sus asertos. ¡Cuán grande era el<br />

contraste! El reformador, sencillo, humilde, firme, se apoyaba en la fuerza de Dios, teniendo<br />

de su parte a la verdad; mientras que el representante del papa, dándose importancia,<br />

intolerante, hinchado de orgullo, falto de juicio, no tenía un solo argumento de las Santas<br />

Escrituras, y sólo gritaba con impaciencia: "Si no te retractas, serás despachado a Roma para<br />

que te castiguen."<br />

No obstante tener Lutero un salvoconducto, los romanistas intentaban apresarle. Sus<br />

amigos insistieron en que, como ya era inútil su presencia allí, debía volver a Wittenberg sin<br />

de mora y que era menester ocultar sus propósitos con el mayor sigilo. Conforme con esto<br />

salió de Augsburgo antes del alba, a caballo, y acompañado solamente por un guía que le<br />

proporcionara el magistrado. Con mucho cuidado cruzó las desiertas y obscuras calles de la<br />

ciudad. Enemigos vigilantes y crueles complotaban su muerte. ¿Lograría burlar las redes<br />

que le tendían? Momentos de ansiedad y de solemne oración eran aquéllos. Llego a una<br />

pequeña puerta, practicada en el muro de la ciudad; le fue abierta y pasó con su guía sin<br />

impedimento alguno. Viéndose ya seguros fuera de la ciudad, los fugitivos apresuraron su<br />

huída y antes que el legado se enterara de la partida de Lutero, ya se hallaba éste fuera del<br />

alcance de sus perseguidores. Satanás y sus emisarios habían sido derrotados.<br />

El hombre a quien pensaban tener en su poder se les había escapado, como un pájaro de<br />

la red del cazador. Al saber que Lutero se había ido, el legado quedó anonadado por la<br />

sorpresa y el furor. Había pensado recibir grandes honores por su sabiduría y aplomo al<br />

tratar con el perturbador de la iglesia, y ahora quedaban frustradas sus esperanzas. Expresó<br />

su enojo en una carta que dirigió a Federico, elector de Sajonia, para quejarse amargamente<br />

de Lutero, y exigir que Federico enviase a Roma al reformador o que le desterrase de<br />

Sajonia. En su defensa, había pedido Lutero que el legado o el papa le demostrara sus<br />

errores por las Santas Escrituras, y se había comprometido solemnemente a renunciar a sus<br />

doctrinas si le probaban que estaban en contradicción con la Palabra de Dios. También había<br />

expresado su gratitud al Señor por haberle tenido por digno de sufrir por tan sagrada causa.<br />

El elector tenía escasos conocimientos de las doctrinas reformadas, pero le<br />

impresionaban profundamente el candor, la fuerza y la claridad de las palabras de Lutero; y<br />

Federico resolvió protegerle mientras no le demostrasen que el reformador estaba en error.<br />

Contestando las peticiones del prelado, dijo: 'En vista de que el doctor Martín Lutero<br />

compareció a vuestra presencia en Augsburgo, debéis estar satisfecho. No esperábamos que,<br />

sin haberlo convencido, pretendieseis obligarlo a retractarse. Ninguno de los sabios que se<br />

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