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La Concordia Global

Pero trata primero de llenar el mundo de cristianos verdaderos antes de gobernarlo cristiana y evangélicamente. No lo conseguirás nunca, porque el mundo y la multitud no son ni serán cristianos, aunque todos estén bautizados y se llamen cristianos. Pero los cristianos viven (como se dice) lejos los unos de los otros. Por eso es imposible que haya un régimen cristiano común para todo el mundo, ni siquiera para un país o una multitud numerosa, ya que siempre hay más malos que buenos. Quien se atreva a gobernar todo un país o el mundo por medio del evangelio, procederá como un pastor que encierra en un establo lobos, leones, águilas y ovejas, dejándolos que se mezclen libremente, mientras dice: "Paced, y sed buenos y pacíficos unos con otros; el establo está abierto. Tenéis suficiente pasto, y no precisáis temer perros ni bastonazos". Las ovejas se mantendrían en paz, y se dejarían pastorear y gobernar tranquilamente; pero no vivirían por mucho tiempo, ni sobreviviría ningún animal.

Pero trata primero de llenar el mundo de cristianos verdaderos antes de gobernarlo cristiana y evangélicamente. No lo conseguirás nunca, porque el mundo y la multitud no son ni serán cristianos, aunque todos estén bautizados y se llamen cristianos. Pero los cristianos viven (como se dice) lejos los unos de los otros. Por eso es imposible que haya un régimen cristiano común para todo el mundo, ni siquiera para un país o una multitud numerosa, ya que siempre hay más malos que buenos. Quien se atreva a gobernar todo un país o el mundo por medio del evangelio, procederá como un pastor que encierra en un establo lobos, leones, águilas y ovejas, dejándolos que se mezclen libremente, mientras dice: "Paced, y sed buenos y pacíficos unos con otros; el establo está abierto. Tenéis suficiente pasto, y no precisáis temer perros ni bastonazos". Las ovejas se mantendrían en paz, y se dejarían pastorear y gobernar tranquilamente; pero no vivirían por mucho tiempo, ni sobreviviría ningún animal.

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<strong>La</strong> <strong>Concordia</strong> <strong>Global</strong><br />

Con la huída de los hugonotes quedó Francia sumida en general decadencia. Florecientes<br />

ciudades manufactureras quedaron arruinadas; los distritos más fértiles volvieron a quedar<br />

baldíos, el entorpecimiento intelectual y el decaimiento de la moralidad sucedieron al<br />

notable progreso que antes imperara. París quedó convertido en un vasto asilo: asegúrase<br />

que precisamente antes de estallar la Revolución doscientos mil indigentes dependían de los<br />

socorros del rey. Únicamente los jesuítas prosperaban en la nación decaída, y gobernaban<br />

con infame tiranía sobre las iglesias y las escuelas, las cárceles y las galeras. El Evangelio<br />

hubiera dado a Francia la solución de estos problemas políticos y sociales que frustraron los<br />

propósitos de su clero, de su rey y de sus gobernantes, y arrastraron finalmente a la nación<br />

entera a la anarquía y a la ruina. Pero bajo el dominio de Roma el pueblo había perdido las<br />

benditas lecciones de sacrificio y de amor que diera el Salvador. Todos se habían apartado<br />

de la práctica de la abnegación en beneficio de los demás. Los ricos no tenían quien los<br />

reprendiera por la opresión con que trataban a los pobres, y a éstos nadie los aliviaba de su<br />

degradación y servidumbre. El egoísmo de los ricos y de los poderosos se hacía más y más<br />

manifiesto y avasallador. Por varios siglos el libertinaje y la ambición de los nobles habían<br />

impuesto a los campesinos extorsiones agotadoras. El rico perjudicaba al pobre y éste<br />

odiaba al rico.<br />

En muchas provincias sucedía que los nobles eran dueños del suelo y los de las clases<br />

trabajadoras simples arrendatarios; y de este modo, el pobre estaba a merced del rico, y se<br />

veía obligado a someterse a sus exorbitantes exigencias. <strong>La</strong> carga del sostenimiento de la<br />

iglesia y del estado pesaba sobre los hombros de las clases media y baja del pueblo, las<br />

cuales eran recargadas con tributos por las autoridades civiles y por el clero. El placer de los<br />

nobles era considerado como ley suprema; y que el labriego y el campesino pereciesen de<br />

hambre no era para conmover a sus opresores.... En todo momento el pueblo debía velar<br />

exclusivamente por los intereses del propietario. Los agricultores llevaban una vida de<br />

trabajo duro y continuo, y de una miseria sin alivio; y si alguna vez osaban quejarse se les<br />

trataba con insolente desprecio. En los tribunales siempre se fallaba en favor del noble y en<br />

contra del campesino; los jueces aceptaban sin escrúpulo el cohecho; en virtud de este<br />

sistema de corrupción universal, cualquier capricho de la aristocracia tenía fuerza de ley. De<br />

los impuestos exigidos a la gente común por los magnates seculares y por el clero, no<br />

llegaba ni la mitad al tesoro del reino, ni al arca episcopal, pues la mayor parte de lo que<br />

cobraban lo gastaban los recaudadores en la disipación y en francachelas. Y los que de esta<br />

manera despojaban a sus consúbditos estaban libres de impuestos y con derecho por la ley o<br />

por la costumbre a ocupar todos los puestos del gobierno. <strong>La</strong> clase privilegiada estaba<br />

formada por ciento cincuenta mil personas, y para regalar a esta gente se condenaba a<br />

millones de seres a una vida de degradación irremediable.<br />

<strong>La</strong> corte estaba completamente entregada a la lujuria y al libertinaje. El pueblo y sus<br />

gobernantes se veían con desconfianza. Se sospechaba de todas las medidas que dictaba el<br />

gobierno, porque se le consideraba intrigante y egoísta. Por más de medio siglo antes de la<br />

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