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Malvinas

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CONMEMORACIÓN A 40 AÑOS DE LA GUERRA DE MALVINAS EN EL HONORABLE CONCEJO DELIBERANTE DE AVELLANEDA

/ Vol 12

EL ASESINO

Autor: Pedro Luis Aragonés de Monte Grande Provincia de Buenos Aires

El patrullero detuvo el lamento fúnebre de su sirena en las mismísimas fauces malolientes de la

villa. Un tropel de perros famélicos hizo punta en la bienvenida con un amenazador coro de

ladridos y colmillos babeantes. En un santiamén, como si hubieran pisado un hormiguero, un

tumulto invasor de niños andrajosos rodeó el vehículo y lo convirtió en una curiosidad a la que se

le podían desinflar los neumáticos. O sobre cuya pintura negra se podían garabatear groseros

dibujos con el dedo mojado en saliva. El comisario y el sargento, enfundados en gruesos capotes

de paño azul, se encaminaron hacia el misérrimo sucucho del muerto. Eran dos torpes cigüeñas

empantanadas que avanzaban a los tirones, tratando de evitar las bostas de los animales y los

charcos de agua hedionda. Aquí y allá se mezclaban el trópico y el litoral a todo volumen.

Algunas voces gritaron que últimamente se había vuelto bebedor y pendenciero, pero el alboroto

se apagó en un silencio plomizo, como de otro mundo, cuando los uniformados fueron engullidos

por la penumbra de las cuatro míseras chapas de cartón alquitranado. Por la única y mezquina

ventana de postigos chirriantes penetraba, sin ganas, un sol afeminado, con muletas,

convaleciente aún a pesar de la época. El cuerpo pendía, tieso, de un cinturón amarrado a una

alfajía del techo, con los pies muy cerca del piso de tierra, casi tocando las patas del banquito

volcado. Tenía el puño izquierdo semicerrado rígidamente, como una enmohecida aldaba de

bronce, y pendulaba levemente al influjo de la fría ventolina que se colaba por las hendijas y a la

que la primavera en cierne no había conseguido quitarle el rigor del invierno.

-Suicidio - dijo el comisario.

- O crimen... - deslizó el sargento mientras hurgaba entre los pobres trastos de segunda mano,

debajo de la cama de plaza y media, y tras el ropero de terciado.

- El suicidio es evidente - aseguró el oficial, observando de arriba abajo el cadáver - Tiene los

brazos libres y no hay señales de violencia.

La viuda sin libreta, desde un rincón, sosteniendo en los brazos sendas criaturas que le

escarbaban, jadeantes, el magro pecho en procura de unas tetas que no tenían qué ofrecerles,

miraba el trajín de los hombres con un resignado fatalismo. Como si lo acontecido fuera algo que

tenía que ocurrir nomás, ineludible, como una granizada o un terremoto.

-Aquí hay una carta - anunció el sargento.

-Léala - fue la orden.

16 1983/2023 – 40 AÑOS DE DEMOCRACIA

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