Almacigo
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
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218 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 219
Si...
To d a v í a
Si cualquier día me callo
como hace de pronto el cedro
y de tarde no les rasa
la cara mi pobre aliento,
será que he pasado el límite,
y que en la linde les tengo.
Andaré a ras del “cañón”
del Valle y el río tremendo,
del peñasco y de la piedra,
de dormidos y despiertos,
más que ayer y más que ahora
por doble acrecentamiento.
Los pies de Cristo van por la Tierra,
caminan y no están rendidos.
Van por salinas, van por dunas
y por peñascales andinos,
y la hoja doble de las huellas
todos alguna vez la han visto.
Ahora envejezco y con la ceniza
cayendo a mi cara, como el granizo,
y a lo largo del lento día
y de la noche más lenta que el pino,
quiero que pasen y repasen
solo sus pasos de Dios y de niño.
Cuando no lleguen allá
hojas y garabateo
de la mano que me hicieron
mitad la luz y los cerros,
ha de ser que os mando ahora
unos recados más tensos.
En las semanas y meses
vaciados de todo acento,
cuando parezca que olvido
a mujer, y niño, y huerto,
será que por fin caí
en dunas o en “peladeros.”
No esperar por el correo
pero oír mejor el viento,
la tarde de bajos párpados
y el hondón de los silencios,
porque ya viendo y sabiendo
voy a conversar sin tiempo.
Tengo que saber por mí
para decir lo que aprendo
e ir contando el viaje
maravilloso y tremendo.
No me cierren los oídos
y no me hurten los cuerpos.
Callen un poco al umbral de la tarde
o pónganme a flor de sueño,
para poder desgranarles
mis hallazgos, mis encuentros,
en vez de darme sorderas,
ausencia y descendimiento.
Con tal de que no me llamen
muerta ni me den entierro,
y que me logren mirar
hasta con ojos abiertos
y me tiendan el oído
como al pájaro o al viento.
No más que me sepan el amor
como se sienten olor denso
y el canto que no se corta
aunque se doblegue el cuello,
nada más que con entender,
en el corro seguiremos.
Mi cielo quiero tener
Tierra afuera y Tierra adentro
como quien toma en la fruta
colgada en el firmamento,
toma valles y mesetas
como a cáscara del cielo,
y tener lo que me dan
sin devolver lo que tengo.
Valle mío, ración mía,
mi posada y paradero,
tonta mentira que deba
perderte yo si te suelto,
si me voy cualquier mañana
recobrada de otro Dueño
si me he muerto tantas veces
con retorno y con regreso.
Van los primeros que tuvo,
valvas mellizas, caracolillos.
Se oyen y se huelen frescos
y ponen el aire más vivo.
Los pobres pies del Desierto
van de ninguno seguidos
crepitando calenturientos
como en el horno los ladrillos.
Los pies ligeros que lo llevaran
como sin sangre y sin vestido
a dar las Bienaventuranzas,
pasan también, y los oye el oído.
Y los que pasan y suben siempre
y no llegan, según los pinos,
y no pueden más, pero pueden,
ovillos de sangre y porfiados carrizos,
son los pies del sexto día,
hechos, deshechos...Fallidos.
Los he oído cincuenta años,
los oía con dolor y sin grito.
Ahora, ahora, ya no puedo
escucharlos ni seguirlos.
Alfabeto de sangre que sube,
y a su espalda Sión sin sentido.
Entre los pasos que yo le cuente,
pase uno del muerto mío
en turno que no se acaba
con su marcha tejidos.
Quiero oír solo esa marcha,
esa cascada y ese molino,
cuando amanece y tomo el mundo
cuando lo suelto como un hatillo.
Pido cuatro pies de niños,
dos que pecaron, dos divinos,
y no quiero oír campanas,
ni pecho mío, ni pulsos míos.
Solo los pasos que atrás dejara
para mí también, Jesucristo,
y los otros que lo siguen
sin final y sin principio.
Petrópolis, noviembre 20, 1944