Almacigo
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
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176 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 177
Pas a s de El q u i
Ta l a II
La dejó el negro cargador
a la entrada de la casa,
dejó la cajita de pasas
de tablillas claveteadas.
Vendimiaron Juana y Antonia,
cortaban en donde yo cortaba,
lagarteaban racimos
mentándome y al sol dobladas.
Resuena como de galope
el bosque de hayas y de pinos,
le jadean los canteadores
con esa anchura de gemido.
Desconcierto de la vista
y desgarrón de los sentidos.
Como el hallarse los muñones
de los brazos con que he mecido.
La paso y topo sonriendo
y sus clavillos mi falda atrapan.
La miran averiguándola
los que entran y la pasan.
Preguntan y les respondo
con la risa y sin palabra
por malicia y con maña.
Llena de marcas, aturdida
como oveja que desembarcan,
trae nombre y trae cifra
en sus costillas asalmueradas.
Vino más recta que su barco,
montada en olas insensatas.
Entre dormida y despierta
pasó mareas y nubadas
y la apearon en mi puerto
de anclas y grúas asustada.
Aunque mi fiesta retarde,
no abro, no, a la sofocada
que respira por las junturas
su aliento de azúcar mansa,
hasta que se vayan todos
y se quede sola la casa.
Ya le quiebro las tablillas
con tiento y miedo de magullarla
topo y levanto sus mentas
que la forran y embalsaman
y saco a la luz y al aire
a mis cuarenta sofocadas.
Las uvas se quemarían
al sol de mi cuesta brava.
Igual que enjambres de abejas,
morenas y duras pero enmieladas,
las saco, las miro y suelto
sus sartales de cigarras
y de lo largo y lo dorado
saltan los dedos de mi hermana.
Me siento por recibirles
al trasluz valle y montaña,
la viña que trepa verde
y que abaja ensangrentada.
Ahora la toman los otros,
todo comen menos la Gracia.
No miran ladera de oro
y el Valle no les da a las caras
la lanzada de la memoria,
la vendimia resucitada.
Comen sin ver ni oír la gente
del limón y la naranja.
Me preguntan y respondo
con el cuerpo y sin el alma.
Y antes de verlo lo he tenido
como la madre se lo sabe
antes de ver bulto de su hijo.
Sonámbula me vine andando
como llamada por un silbo
y era mi bosque que caía
como el Isaac desvalido.
A cornada de toro cae
el bosque duro sin caminos.
Caen las hayas como Dianas
y los pinos como unos hijos.
Cada tumbo viene a mis pulsos
y me divide cada filo.
Del leñador y de las hayas
duelen el hacha y el vagido.
Me suena en una sola sangre
y me juegan en mi latido
la canturía de las hachas
con el tumbarse de los pinos.
Ya mañana nos hallaremos
el bosque abierto de caminos.
Estará como la granada,
cuando yo la abro y multiplico.
Va la resina por el aire
con los vilanos esparcidos,
del aire roto la fragancia
con vergüenza me la respiro.
Como el lienzo de la Verónica
el pobre lienzo que se viene,
me pára el aire los sentidos,
pasa la sangre voladora
del Cristo roto de los pinos.
Dura el día de largo fuego
para mirar lo aborrecido,
dura el día de leñadores
que nacen junto con los pinos.
Volveremos muy silenciosos,
yo con ellos, ellos conmigo,
tanteando ramas degolladas,
los leñadores que se llevan
ojos y rostro de Longinos.
Caminaremos tan callados,
mujer y hombres desvalidos
y golpearemos a las casas
que son del haya con el pino.