16.03.2023 Views

Emilio Jéquier, la construcción de un patrimonio

En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.

En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

y no obstante más poderosos que nunca–, se

complacieron en un conservadurismo ciego, como se

ha reprochado, o si lograron evolucionar y tomar en

cuenta los nuevos materiales, las nuevas expectativas

de la sociedad. Sin abandonar sus raíces grecorromanas

ni la italofilia, ni su gusto por el buen dibujo, ni su

estilo «artista», pero abriendo campo a la variedad de

descubrimientos arqueológicos que proliferaban en torno

a la cuenca mediterránea, siguió siendo el lugar de la

norma y su impugnación. Poco afectada a fin de cuentas,

por los ataques de arquitectos como Viollet-le-Duc, ni por

la competencia de la nueva École Spéciale d’Architecture

(1865) –que no logró hacerle daño y finalmente aceptó su

estatus secundario–; la École des Beaux-Arts siguió siendo

el centro de la creación monumental.

Tras las extensas horas pasadas en los tableros de dibujo,

los antiguos alumnos arquitectos adquirían un enfoque

sobre todo gráfico, un gusto por el detalle y lo decorativo,

una práctica de la composición a partir de un corpus

vasto y compartido de edificios antiguos y modernos,

de proyectos académicos; elementos formateados y

repetitivos. A partir de este legado y estas habilidades

–que van del ornamento a las grandes composiciones, del

vocabulario de órdenes a la concepción de equipamientos

monumentales–, se desprende un ideal: el gran palacio de

piedra y hierro capaz de adaptarse a numerosos proyectos.

Destinado no a un príncipe, sino que a usos públicos,

entrecruza los desafíos distributivos y ornamentales,

urbanos y técnicos, exigiéndole a los arquitectos

competencias variadas y a veces contradictorias.

Esta forma de hibridación dominó la arquitectura

francesa en los años formativos del joven Émile Jéquier.

Se gestó a fines del siglo XVIII, cuando la arquitectura

francesa aceptó con pragmatismo la integración de

nuevas técnicas como una unión de valores culturales

considerados eternos y materiales tradicionales: una

unión dotada de las funciones contemporáneas y los

nuevos materiales. Marcaría luego las más notables obras

maestras arquitectónicas del «siglo de la industria». Su

genealogía, que se puede resumir en algunos momentos

claves de desarrollo histórico, ilustra los triunfos del

proyecto de Beaux-Arts, al igual que su aporía.

to but more powerful than ever – indulged in a blind

conservatism, as it was accused of, or if they managed

to evolve and take into account new materials and

society’s changing expectations. Without abandoning

its Greco-Roman roots nor its Italophilia, nor its

taste for proficient drawing, nor its artistic style, but

influenced by the variety of archaeological discoveries

that multiplied around the Mediterranean basin, the

École continued to be the place that dictated the norm

as well as contesting it. Little affected by the ephemeral

attacks of the architect Viollet-le-Duc, nor by the

competition of the new École Spéciale d’Architecture

(1865), which did not manage to shake it and finally

accepted its secondary status, the École des Beaux-Arts

was still the centre of monumental creation.

After long hours spent at the drawing boards, the

former student architects acquired a primarily graphic

approach, a taste for detail and decoration, a practice

of composition from a vast and shared corpus of old

and modern buildings, of academic projects, formatted

and repetitive elements. From this legacy and these

skills – ranging from ornament to large compositions,

from the vocabulary of orders to the conception of

monumental facilities – an ideal emerged: the great

stone and iron palace capable of adapting to numerous

projects. Intended not for a prince but for public use,

it intersects distributional and ornamental, urban and

technical challenges, demanding varied and sometimes

contradictory skills from architects.

This form of hybridization dominated French

architecture in the formative years of young Émile

Jéquier. It was created at the end of the 18th century,

when French architecture pragmatically accepted the

integration of new techniques as a union of cultural

values ​considered eternal and traditional materials;

a union endowed with contemporary functions

and new materials. It would later mark the most

remarkable architectural masterpieces of the “century

of industry.” Its genealogy, which can be summarized

in some key moments of historical development,

illustrates the triumphs of the Beaux-Arts project as

well as its aporia.

DE PIEDRA Y HIERRO ∙ OF STONE AND IRON

51

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!