Emilio Jéquier, la construcción de un patrimonio
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
En el marco de las celebraciones de su 140° aniversario, el Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de LarrainVial y el patrocinio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, se impulsó la edición del libro Emilio Jéquier: la construcción de un patrimonio, que rescata por primera vez la obra, la figura y el pensamiento del autor del edificio en el cual se emplaza este Museo, el Palacio de Bellas Artes, inaugurado en 1880.
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del contingente profesional extranjero reclutado por
Carlos Antúnez, ministro plenipotenciario de Chile en
Francia e Inglaterra.
En cuanto a su obra edificada, el libro no se limita
a listar las premisas asentadas sobre dicho trabajo o
a enumerar simplemente sus bien conocidas obras
públicas y privadas –tales como la Estación Mapocho,
la antigua Estación Pirque, la Bolsa de Comercio o la
Casa Puyó, entre otras–, sino que avanza sobre ciertas
máximas instaladas, complejizando la visión sobre la
obra de Jéquier y, con ello, sobre el periodo mismo en
que ésta se inserta.
Especialmente iluminador es el análisis razonado
respecto a la arquitectura misma del Palacio de Bellas
Artes. De manera fundada, relativiza esa idea según la
cual el edificio del Parque Forestal sería una suerte de
réplica del Petit Palais inaugurado para la Exposición
Internacional de París de 1900. Destaca la diferencia
de este cuerpo construido para acoger a dos entidades
preexistentes, la Academia de Pintura (1849) y el
Museo Nacional de Bellas Artes (1880), dando cuenta
de sus volúmenes diferenciados en una forma única,
sus conexiones y accesos, los elementos compositivos
y el orden de sus fachadas, así como la naturaleza de
sus espacios interiores en términos de espacialidad y
especificidad programática.
Todo lo anterior permite sostener que la idea de la
réplica o de un palacio real adaptado ha sido construida
sobre base incierta, que impide una comprensión
adecuada de la obra.
Reconociendo elementos propios de una arquitectura
inserta en un momento y un contexto cultural específico,
destaca la manera en que Jéquier resuelve con destreza
un edificio para las artes basado en una lógica particular
de convivencia programática, iluminación, secuencias de
recintos, sistemas de circulación y presencia urbana.
A nivel disciplinar, también se enriquece la figura
de Jéquier al situarlo como un eslabón dentro de
una forma de entender el oficio de la arquitectura y
de una genealogía de pensamiento en el plano local.
Sin desconocer el papel que otros jugaron en ese
proceso, por medio de su rol como profesional y
professional contingent hired by Carlos Antúnez, the
Chilean Plenipotentiary in France and England.
Regarding his work, the book does not limit itself
to listing the premisses embodied on them or to
simply register his well-known public and private
works – such as the Mapocho and Pirque railway
stations, the Stock Exchange or the Puyó house,
among others. Rather, it goes further on certain
established maxims, enhancing the vision of Jéquier’s
work and its historical context.
Especially illuminating is the reasoned analysis
of the Palace of Fine Arts’ architecture, which
downplays the idea that the building is a kind of
replica of the Petit Palais inaugurated during the
1900 Paris International Exhibition. It highlights the
differences of this construction that houses two
pre-existing institutions, the Academy of Painting
(1849) and the Museum of Fine Arts (1880), giving
an account of its volumes which are differentiated
in a unique way, their connections and entrances,
the compositional elements and the order of their
façades, as well as the nature of their interior spaces
and their specific programs.
All of the above allows us to assert that the idea
of the replica or of an adapted royal palace has been
built on uncertain grounds, preventing an adequate
understanding of the work. Identifying elements of
an architecture set in a specific moment and cultural
context, it stands out the way in which Jéquier
skillfully resolved a building for the arts grounded
on a particular logic of programmatic concurrence,
lighting, sequences of rooms, circulation systems and
urban presence.
At a professional level, Jéquier’s figure is also
enriched by placing him as a link within a way of
understanding the craft of architecture and a local
genealogy of thought. Without ignoring the role that
others played in that process, through his role as a
professional and academic – he was Director of the
School of Architecture of the Catholic University and
reviewer of its curriculum along with José Forteza
and Manuel Cifuentes – the ideas of Labrouste,
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