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Tierra del Fuego, Retratos y Paisajes

La Corporación Patrimonio Cultural de Chile en conjunto con la empresa Larraín Vial presentan el libro “Tierra del fuego, retratos y paisajes”, un ensayo fotográfico que retrata a descendientes de los pueblos ancestrales que habitan actualmente Tierra del fuego, a través del lente del destacado fotógrafo Max Donoso.

La Corporación Patrimonio Cultural de Chile en conjunto con la empresa Larraín Vial presentan el libro “Tierra del fuego, retratos y paisajes”, un ensayo fotográfico que retrata a descendientes de los pueblos ancestrales que habitan actualmente Tierra del fuego, a través del lente del destacado fotógrafo Max Donoso.

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Robert Fitz Roy. Tierra del Fuego

with Staten Island, Cape Horn and

Diego Ramirez Islands, [London],

Hidrographic Office of Admirality, 1910.

Colección: Biblioteca Nacional de Chile

La vertiente occidental de la Patagonia, de la que forma parte

Tierra del Fuego es, según Fitz-Roy, la peor parte del territorio

por tratarse de una cordillera de montañas medio hundida en el

océano, estéril hacia el mar, impenetrablemente boscosa hacia

el continente y con frecuentes lluvias que no secan nunca por

evaporación antes de que caigan nuevos chaparrones.

Opinión calificada por provenir de quien primero exploró

detenidamente el confín del extremo sur de América reconociendo

y levantando sus costas para el imperio británico, la travesía

y relación de Fitz-Roy no sólo quedó reflejada en su diario, sino

también en mediciones, registros, tablas, observaciones, cartas

y mapas que, como el de Tierra del Fuego, Cabo de Hornos e islas

Diego Ramírez, reflejan la calidad de su trabajo, en el que también

se ocupó de describir a la población que encontró a su paso, tribus

que genéricamente llama fueguinos, las que deambulaban por las

planicies azotadas por el viento y los canales que rodeaban las

isla, según su relato.

Por su parte, Charles Darwin también refirió su paso por

Tierra del Fuego alternando su descripción del paisaje con la de

sus habitantes, los onas o selknam, expresando así el impacto

que la naturaleza y las culturas originarias le causaron. Sobre el

paisaje, inicia su relación aludiendo a un lugar en que el Beagle

ancló, la bahía del Buen Suceso, que describió rodeada de montañas

redondeadas y de poca elevación, de esquisto arcilloso y

cubiertas hasta la orilla del mar de espeso bosque. Una visión que

fue suficiente para asentar en su diario que una sola ojeada sobre

el paisaje le había bastado para saber que iba a ver allí cosas enteramente

distintas de las que había conocido hasta entonces.

Respecto de los habitantes, a los que llama indistintamente

indígenas, salvajes o fueguinos, su primer encuentro con ellos lo

llevó a señalar que fue el espectáculo más curioso e interesante

que había presenciado en su vida, concluyendo que no se imaginaba

cuán enorme era la diferencia que separaba al que llama

hombre salvaje del hombre civilizado. Realidad, además de su origen,

educación y condición sociocultural, que lo llevó a calificar a

los fueguinos como raza innoble y asquerosos salvajes.

Habiendo incursionado hacia el interior de la isla, el naturalista

y entonces entusiasta geólogo la describió como un país montañoso,

en parte sumergido, ocupando por tanto el lugar de los valles

profundos estrechos y extensas bahías. También aludió al inmenso

bosque que se extendía desde las cimas de las montañas hasta

la orilla del mar, cubriendo las vertientes con la excepción de la

occidental. Al bosque le seguía una faja de humedales o turberas

cubierta de plantas y sobre ellas, la línea de nieves perpetuas.

Adentrándose en el bosque, y más tarde siguiendo la huella de

un torrente y observando en las llanuras la espesa capa de turba

pantanosa que las reviste, Darwin también enumeró las cataratas

y numerosos troncos de árboles caídos que le cerraban el paso

por el lecho de la corriente, el que, sin embargo, describe que de

pronto se ensanchó por el destrozo que en sus orillas producían

las inundaciones. Avanzando por las rigurosas y descarnadas orillas

del torrente, relata que luego vio recompensadas todas sus

fatigas ante la magnificencia y belleza del panorama que contempló,

en el que se fundían la profundidad sombría del barranco con

los signos de violencia, pues por todas partes, a un lado y otro, se

veían masas irregulares de rocas y árboles, algunos arrancados y

otros todavía de pie, pero podridos hasta el corazón y a punto de

caer. Esta confusa masa de árboles robustos y árboles muertos

lleva a Darwin a hablar de «estas tristes soledades donde parece

que, en lugar de la vida, la muerte reinaba como soberana». Aquí,

describe, el viento se enseñoreaba, explicando que a determinada

altura se presentaran árboles gruesos, achaparrados y torcidos

en todas direcciones; un paisaje, concluyó, de aspecto triste y

sombrío que ni siquiera los rayos del sol alegraban, compuesto

por cadenas de colinas irregulares, masas de nieve aquí y allí,

profundos valles verde-amarillentos y brazos de mar que cortan

las tierras en todas direcciones, todo siempre cruzado por un

viento fortísimo y horriblemente frío y una atmósfera corrientemente

brumosa.

Sin embargo, este paisaje también tenía compensaciones,

como la que encontró luego de recorrer un sendero abierto por

los guanacos y alcanzar hasta una colina, la más elevada de esos

contornos –aseguró– y que le permitió disfrutar del paisaje circundante,

porque si al Norte se extendía un terreno pantanoso, al

Sur se distinguía un cuadro que calificó de «soberbio y salvaje»,

muy digno de Tierra del Fuego.

En el extremo sur de América, en medio de las islas adyacentes

a Tierra del Fuego, Darwin tuvo a la vista la cordillera de los

Andes y, con ella, su primera impresión: «Esas masas inmensas de

nieve, que no se funden jamás y parecen destinadas a durar tanto

como el mundo, presentan un gran, ¿qué digo?, un sublime espectáculo.

La silueta de la montaña se destaca clara y bien definida».

Junto a la monumentalidad material de la cordillera, lo que más

impresionó al viajero fueron «las particularidades geológicas»

del territorio: «¡Quién podría dejar de admirarse pensando en la

potencia que ha levantado estas montañas, y más todavía en los

innumerables siglos que se han necesitado para romper, trasladar

y aplanar partes tan considerables de estas colosales masas!».

Una vista que lo llevó a exclamar: «¡Qué misteriosa grandeza en

aquellas montañas que se elevan unas tras de otras!». Concluye

su relación asegurando que, vistos desde aquel punto, los numerosos

canales que se pierden en las tierras y entre las montañas,

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