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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—Jeffers —dice, con la vista fija en el suelo—. Para el dolor.

—Por supuesto —contesta el alcalde, separándose de la cama, con

las manos detrás de la espalda—. Adelante.

Maddy me sirve un vaso de agua y observa cómo trago cuatro

cápsulas amarillas, dos más que la vez anterior. Me quita el vaso y,

dando la espalda al alcalde, me dirige una mirada firme, sólida, sin

sonreír, pero llena de valentía, y me hace sentir un poco mejor, un

poco más fuerte.

—Se cansará muy deprisa —explica Maddy al alcalde, todavía sin

mirarlo.

—Comprendo —dice él. Maddy se va, cerrando la puerta tras ella.

De inmediato siento un calor en el estómago, pero todavía falta un

minuto para que el dolor disminuya o los temblores que me

recorren el cuerpo desaparezcan.

—¿Entonces? —dice el alcalde—. ¿Puedo?

—¿Puede qué?

—¿Llamarte Viola?

—No puedo evitarlo —contesto—. Si usted quiere.

—Bien —dice, sin sentarse, sin moverse, con la sonrisa todavía

fija—. Cuando te encuentres mejor, Viola, me gustaría mucho tener

una charla contigo.

—¿Sobre qué?

—Sobre vuestras naves, por supuesto. Que se acercan cada vez

más.

Trago saliva.

—¿Qué naves?

—Oh, no, no, no. —Niega con la cabeza, pero no deja de sonreír

—. Has empezado con inteligencia y valentía. Estás asustada, pero

eso no te ha impedido dirigirte a mí con calma y claridad. Todo ello

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