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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Tiendo hacia ellos las manos vacías, pero con eso no explico que no

quiero hacerles daño. Se me quedan mirando y yo bajo las manos y sigo a

Davy al otro lado de las compuertas.

—Qué valiente eres, ¿verdad, meón? —me dice, desatando a su caballo,

al que llama Trampa, aunque solo parece responder al nombre de Bellota.

No le hago caso porque estoy pensando en los zulaques. Voy a tratarlos

bien. Lo haré. Me ocuparé de que tengan agua y alimento suficiente, y haré

todo lo posible por protegerlos.

Lo haré.

Me lo prometo a mí mismo.

Porque eso es lo que ella querría.

—Oh, yo te diré lo que ella querría en realidad —se burla Davy.

Y la pelea vuelve a empezar.

Cuando regreso a la torre, me encuentro con algunas mejoras: un colchón y

una sábana para mí en uno de los extremos y lo mismo para el alcalde

Ledger, en la otra punta. Este se encuentra ya sentado sobre su colchón, el

ruido le tintinea y devora un cuenco de cocido.

El hedor también ha desaparecido.

—Sí —dice el alcalde Ledger—. ¿Y adivinas quién ha tenido que

limpiarlo?

Lo han puesto a trabajar de basurero.

—Un trabajo honesto —me dice, encogiéndose de hombros, pero

distingo otros sonidos en su ruido grisáceo que me hacen pensar que no lo

encuentra honesto en absoluto—. Simbólico, supongo. He pasado de lo

más alto a lo más bajo. De no ser tan obvio, sería incluso poético.

Junto a mi cama también hay un cuenco de cocido, y me lo llevo a la

ventana para observar la ciudad.

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