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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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protegen a sus esposas zulaques, abrazados, con las cabezas tocándose

entre ellas. Y todos guardan silencio…

Guardan silencio.

—¡Y que lo digas! —exclama Davy—. ¡Es increíble que dieran la cura a

estos animales!

Ahora todos lo miran a él, y un extraño chasquido se propaga entre ellos,

y las miradas y los gestos de asentimiento se extienden entre la multitud.

Davy levanta la pistola y se adentra un poco más en los terrenos del

monasterio.

—¿Pensabais intentar algo? —escupe—. ¡Dadme una razón! ¡Adelante!

¡Dadme una razón!

Los zulaques se apiñan todavía más, en pequeños grupos, retroceden y

se alejan de él en la medida de lo posible.

—Pasa, Todd —me dice Davy—. Tenemos trabajo que hacer.

Permanezco inmóvil.

—¡He dicho que pases! Son animales. No van a hacerte nada.

Sigo sin moverme.

—Este mató a uno de los vuestros —dice Davy a los zulaques.

—¡Davy! —grito.

—Le cortó la cabeza con un cuchillo. Serró y serró…

—¡Basta!

Corro hacia él para hacerle cerrar la maldita boca. No sé cómo se ha

enterado, pero lo sabe, y ahora mismo le voy a cerrar el pico.

Los zulaques más próximos a las puertas retroceden a mi paso, se apartan

tan rápido como pueden, me miran con los rostros asustados, los padres

protegen a sus hijos con el cuerpo. Doy un fuerte empujón a Davy, pero él

se echa a reír y yo me doy cuenta de que he entrado ya en el recinto del

monasterio.

Y ahora veo cuántos zulaques hay.

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