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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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El alcalde vuelve a sonreír, con las manos todavía extendidas, a

medio atar.

—Muy bien —dice—. Os lo diré.

Vuelve a mirar a su alrededor sin dejar de sonreír.

—La quemé —anuncia—. Cuando, desgraciadamente, los

zulaques nos dejaron, pensé que ya no era necesaria, de modo que

quemé hasta la última píldora, hasta la última planta con la que se

fabricaban las píldoras, y de inmediato hice volar el laboratorio

donde las procesaban y eché la culpa a la Respuesta.

Se produce un silencio de estupefacción. Oímos el RUGIDO del

ejército a lo lejos, subiendo la montaña impertérrito hacia el

objetivo.

—Es un mentiroso —dice Ivan por fin, dando un paso adelante,

con el arma todavía alzada—. Un mentiroso muy estúpido, por

cierto.

—No oímos su ruido —dice Todd—. No puede haberla quemado

toda.

—Por favor, hijo mío —dice el alcalde, moviendo la cabeza—. Yo

nunca he tomado la cura.

Otro silencio. Oigo las sospechas que surgen en el ruido de los

soldados. Veo incluso que algunos retroceden, temiendo el poder

del alcalde, temiendo lo que es capaz de hacer. Tal vez pueda

controlar su ruido. Y si es capaz de eso…

—Miente —digo, recordando las palabras de la enfermera Coyle

—. Es el presidente de la mentira.

—Bueno, por lo menos me has llamado presidente, por fin —se

burla Prentiss.

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