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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—Tal vez sí pueda hacerlo. Seguro que hay algún atajo.

La serpiente del ejército culebrea colina arriba. Hay tantos

soldados que es imposible que la Respuesta pueda derrotarlos en

una batalla abierta.

—No podemos fallar —digo.

—No lo haremos —responde Todd.

Y llegamos a la catedral.

Avanzamos hacia el lateral del edificio. Aquí es donde los daños son

mayores y toda la pared norte se ha desplomado sobre la carretera.

—Recordad —murmura Todd a los hombres, mientras nos

encaramamos a los escombros—. Vais a entregar a dos prisioneros

al presidente, tal como os habían ordenado. Nadie tiene que pensar

nada distinto.

Seguimos bajando por la carretera. La montaña de piedras es tan

alta que no se ve el interior de la catedral. El alcalde podría estar en

cualquier parte.

Doblamos la esquina por el lugar donde se encontraba la fachada,

reducido ahora a un gran boquete que da al enorme vestíbulo y al

santuario, vigilado todavía por el campanario y el círculo de cristal

de colores. El sol, detrás de nosotros, lo atraviesa con sus rayos.

Salas abiertas cuelgan de los muros superiores, con los suelos en

proceso de derrumbe. Media docena de cardenales rojos picotean los

restos de comida y de basura entre las piedras. Lo que queda de la

estructura se apoya sobre sí misma, como si se hubiera cansado de

pronto y estuviera a punto de caer y reposar para siempre.

Y dentro del cascarón…

—Aquí no hay nadie —informa Ivan.

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