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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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El resto no es más que un montón de piedra y polvo.

Incluso desde la zona trasera se ve que la mayor parte del tejado

ha cedido y grandes porciones de las dos paredes se han

derrumbado sobre la calle y sobre la plaza. Los arcos se inclinan

peligrosamente desequilibrados, las puertas se han salido de los

goznes y casi todo el interior está abierto al mundo y recibe los

últimos rayos de un sol que desciende hacia el horizonte.

No hay ni un solo soldado montando guardia.

—¿No tiene protección? —pregunta el pelirrojo.

—Parece muy propio de él —contesta Todd, mirando fijamente a

la catedral como si pudiera ver al alcalde a través de los muros.

—Si es que está ahí —dice Ivan.

—Lo está —responde Todd—, creedme.

El soldado pelirrojo empieza a retroceder por el camino.

—Yo no voy —dice—. Vamos a morir ahí dentro, chicos. Yo no voy.

Tras lanzar una última mirada llena de terror, echa a correr por

donde había venido.

Todd suspira.

—¿Alguien más?

Los hombres se miran entre ellos, y en sus ruidos se preguntan

qué demonios están haciendo ahí.

—Os colocará la cinta —les recuerda Ivan. Me hace una seña. Yo

me alzo la manga para enseñarla. La piel todavía está enrojecida y

caliente al tacto. «Está infectada», pienso. No parece que las cremas

de primeros auxilios estén funcionando.

—Y luego os esclavizará —continúa—. No sé vosotros, pero yo no

me alisté en el ejército para esto.

—¿Y por qué lo hiciste? —pregunta otro guardia, aunque parece

claro que no quiere saber la respuesta.

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