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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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La debe de haber traído Davy.

—Hola, chica —la saludo, acercándome con lentitud. Mientras le froto el

morro su ruido dice: ¿Chico potro? ¿Todd?

—Todo va bien, chica —susurro—. Todo va bien.

Daño, dice ella, husmeando la sangre seca que sigue cubriendo mi rostro.

Saca la gran lengua húmeda y me da un lametazo en la boca y la mejilla.

Me río un poco y vuelvo a frotarle el morro.

—Estoy bien, chica, estoy bien.

Su ruido sigue diciendo mi nombre: Todd Todd, y yo me acerco a la bolsa

amarrada a la silla. Mi rifle sigue ahí.

Y también el libro de mi madre.

Apuesto a que también los ha traído Davy.

Desato las riendas de Angharrad del poste y avanzamos un trecho por la

carretera, hasta la verja que luce la gran P plateada.

—Voy a dar un pequeño discurso —le explico, sujetando la silla—. Será

mejor que lo haga encima de ti.

Chico potro, dice. Todd.

—Angharrad —respondo.

Meto el pie en el estribo, me alzo y paso la pierna por encima de su lomo

hasta quedar sentado en la silla. Miro al cielo. Todavía no ha oscurecido,

pero el sol baja hacia las cascadas. Es el final de la tarde.

No queda mucho tiempo.

—Deséame suerte —digo.

Adelante, relincha Angharrad. Adelante.

Los guardias me ven llegar a lomos del caballo y luego miran a Ivan, que les

insta a dejar de hablar, cosa que solo serviría de algo si cesara también el

estrépito de su ruido, porque aúllan como ovejas entre las llamas.

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