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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—Te creo, Viola —dice el alcalde, y reanuda su paseo. El señor Hammar

luce una sonrisa de suficiencia, y de vez en cuando mira al espejo tras el

cual sabe que estoy yo, y sonríe un poco más—. Creo en tu consternación

ante la traición de la enfermera Coyle. Aunque no me sorprende en

absoluto.

Viola, con la cabeza colgando, no responde.

—No le haga daño —susurro—. Por favor, por favor, por favor.

—Si eso te sirve de ayuda —continúa el alcalde—, yo no me lo tomaría

de un modo personal. La enfermera Coyle vio la ocasión de introducir una

bomba en el corazón de mi catedral, de destruirla, y tal vez de destruirme a

mí de paso.

Echa un vistazo al espejo. Yo vuelvo a aporrearlo. Es imposible que no lo

oigan, pero no me hacen ningún caso.

Davy, en cambio, sí que se da cuenta, y me observa con la expresión más

seria que le he visto nunca.

E incluso desde aquí puedo oír la inquietud en su ruido.

—Le ofreciste una oportunidad que no podía dejar pasar —sigue

diciendo el alcalde—. Tu extrema lealtad hacia Todd podía hacerte llegar a

lugares inaccesibles para otros dinamiteros. Probablemente, no deseaba

matarte, pero era una gran ocasión para eliminarme, y al sospesar la

situación llegó a la conclusión de que eras prescindible.

Ahora la miro a ella.

Está demudada, triste, derrotada.

Y vuelvo a notar su silencio, siento el anhelo y la pérdida que noté por

primera vez en el pantano hace una eternidad. Lo noto con tal intensidad

que se me humedecen los ojos y se me encoge el estómago y se me hace un

nudo en la garganta.

—Viola —digo—. Por favor, Viola.

Pero ella ni siquiera levanta la vista.

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