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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Se echa a reír y cierra la puerta con llave al salir.

Catacloc.

Me quedo solo en la torre.

Y cuando el zumbido del alcalde Ledger desaparece escaleras abajo, lo oigo

de pronto.

Marcha, marcha, marcha a lo lejos.

Me acerco a la ventana.

Ahí está.

El ejército invasor está entrando en Puerto.

Fluye por la carretera zigzagueante como si fuera un río negro, polvoriento y

sucio, que hubiera salido disparado del reventón de una presa. Los

soldados avanzan en filas de a cuatro o cinco y los que van llegando

desaparecen entre los árboles de la falda de la colina, mientras los últimos

alcanzan por fin la cima. La multitud los observa, los hombres giran la

cabeza desde la plataforma; las mujeres los contemplan desde las calles

laterales.

La marcha, marcha, marcha se hace más y más ruidosa, y resuena por las

calles de la ciudad. Como un reloj cuyo tictac sonara boca abajo.

La multitud espera. Yo espero con ella.

Y entonces, a través de los árboles, por el recodo de la carretera…

Ahí está.

El ejército.

Con el señor Hammar al frente.

El señor Hammar, que vivía en la estación petrolífera de mi ciudad; el

señor Hammar, que pensaba cosas malas y violentas que ningún niño

debería oír; el señor Hammar, que en plena huida disparaba por la espalda a

la gente de Farbranch.

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