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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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lo que haces en tu tiempo libre cuando no haces volar a la gente por

los aires?

—¡Sí! —grito, subiendo el volumen de mi voz para igualar el

suyo—. He estado tres meses defendiéndote ante personas que con

mucho gusto llamarías enemigos, Todd. Tres meses preguntándome

por qué demonios trabajas tan duro para el alcalde y cómo es

posible que decidiera ir directamente a la costa el día después de

que tú y yo habláramos del tema. —Hace una mueca de dolor, pero

yo continúo, alargo el brazo y me arremango—. ¡Tres meses

preguntándome por qué pones esto a las mujeres!

Su expresión cambia al instante. De hecho, suelta tal gemido que

parece que le estuviera doliendo a él. Se tapa la boca para

sofocarlo, pero su ruido se ha vuelto negro. Mueve las yemas de los

dedos de la otra mano y las pasa por encima de mi piel, por encima

de la cinta que nunca podré quitarme si no quiero perder el brazo.

La piel todavía está enrojecida, y la cinta número 1391 sigue

palpitando, a pesar de las curas de las tres sanadoras.

—Oh, no —dice—. Oh, no.

Se abre la puerta lateral y el hombre que me ha dejado entrar

asoma la cabeza.

—¿Todo bien por aquí, teniente?

—¿Teniente? —digo.

—Todo bien. —Todd se ahoga un poco—. Todo bien.

El hombre espera un segundo, y luego regresa al interior del

cuarto.

—¿Teniente? —repito en voz más baja.

Todd se ha inclinado hacia delante, con las manos en las rodillas,

mirando al suelo.

—No fui yo, ¿verdad? —dice, también en voz baja—. No… —

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