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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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que los oficiales tienen privilegios.

Me mira de soslayo, con el ruido brillante como una bengala, lleno de

imágenes que yo vi muchas veces en la vieja Prentisstown.

Imágenes de mujeres desnudas.

Frunzo el ceño y le devuelvo una imagen de una mujer desnuda y con

una cinta metálica en el brazo.

—¿Y qué? —dice Davy.

—Estás enfermo.

—No, hermano, estás hablando con el sargento Prentiss. Es posible que

más bien esté sano de una vez por todas.

Se ríe sin parar. Está tan contento que parte de su felicidad roza mi ruido y

lo ilumina un poco, lo quiera o no.

—Vamos, teniente meón, no estarás todavía colgado de tu chica,

¿verdad? Hace meses que te dejó. Tenemos que conseguirte otra.

—Cállate, Davy.

—Cállese, sargento Davy. —Se vuelve a reír—. Muy bien, muy bien, tú

quédate en casa, leyendo tu libro…

Se detiene de pronto.

—Vaya, lo siento, no lo decía en serio. Me había olvidado.

Y lo más raro es que parece sincero.

Hay un momento de silencio, durante el cual su ruido vuelve a latir con

ese sentimiento tan fuerte que sigue escondiendo.

El que intenta enterrar y le hace sentir…

Y entonces dice:

—¿Sabes…? —Veo venir el ofrecimiento y no creo que pueda soportarlo,

no creo que pueda vivir un minuto más si lo dice en voz alta—. Si alguna

vez quieres que te lo lea…

—No, Davy —digo rápidamente—. No, gracias, no.

—¿Estás seguro?

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