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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—¿Y Thea? —pregunta la enfermera Lawson sin levantar la

mirada.

La enfermera Coyle sacude la cabeza.

—¿Thea ha muerto? —pregunto.

—Y la enfermera Waggoner —añade, y me fijo en que tiene la

cara manchada de humo, y unas quemaduras muy feas en la frente

—. Y otras. —Aprieta los labios—. Pero ellos también han tenido

bajas.

—Vamos, mi niña —dice la enfermera Lawson a Corinne, que

sigue inconsciente—. Siempre has sido la más tozuda. Eso es justo

lo que necesitamos ahora.

—Sujeta esto —me pide la enfermera Coyle, pasándome una

bolsa de fluido conectada a un tubo inyectado en el brazo de

Corinne. La tomo con una mano, y mantengo la cabeza de Corinne

sobre mi regazo.

—Ahí está —dice la enfermera Lawson, y retira una tira de tela

adherida al flanco de Corinne. Un olor horrible nos golpea a todas a

la vez.

Es peor que el olor vomitivo que despide. Es peor por lo que

significa.

—Gangrena —dice la enfermera Coyle, aunque es inútil, porque

todas podemos ver que va mucho más allá de la infección. El olor

significa que el tejido está muerto. Significa que ha empezado a

comerla viva. Algo que desearía no recordar que me enseñó la

propia Corinne.

—No le dieron el maldito tratamiento básico —gruñe la enfermera

Lawson, levantándose y corriendo de vuelta a la cueva en busca de

las medicinas más potentes que tenemos.

—Vamos, mi niña difícil —dice la enfermera Coyle en voz baja,

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