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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—¿Estás herido? —Lo alcanzo, tomo la manga ennegrecida y le

miro las manos—. Te has quemado.

—Está todo incendiado —dice, y le miro a los ojos. Me mira sin

verme, está viendo lo que ha visto en las cárceles, está viendo el

fuego y lo que quedaba tras él, está viendo a las prisioneras que

encontraron, tal vez está viendo a los guardias a los que tuvo que

matar.

No está viendo a su hermana ni a su madre.

—¿Están aquí? —suplica—. Dime que están aquí.

—No lo sé. No las conozco —digo en voz baja.

Se me queda mirando, con la boca abierta, el aliento pesado y

ronco, como si hubiera tragado mucho humo.

—Ha sido… —empieza—. Dios mío, Viola, ha sido… —Alza la

vista, mira por encima de mi hombro—. Tengo que encontrarlas.

Tienen que estar aquí.

Me deja atrás y baja por la hondonada.

—¿Siobhan? ¿Mamá?

No puedo evitar gritar a sus espaldas:

—¡Lee! ¿Has visto a Todd?

Pero él sigue caminando, tropezándose con unos y con otros.

—¡Viola! —oigo, y al principio creo que es solo otra sanadora que

me pide ayuda.

Pero entonces una voz a mi lado dice:

—¡Enfermera Coyle!

Me giro y alzo la vista. En lo alto del camino aparece la

enfermera Coyle, a caballo, avanzando tan rápido como puede el

animal. Lleva a alguien en la silla, sentado tras ella y atado a su

cuerpo para evitar que se caiga. Siento una sacudida de esperanza.

Tal vez sea Siobhan. O la madre de Lee.

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