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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—Las han apaleado —digo.

—Y las han matado de hambre —responde con rabia la enfermera

Lawson, que coloca una inyección en el brazo de una mujer que

hemos trasladado a la cueva—. Y las han torturado.

La mujer es apenas una de una cifra que va en aumento y que no

parece que vaya a parar. La mayoría están demasiado asustadas

para hablar, te miran en un silencio más horripilante o se plañen sin

palabras, con cicatrices de quemaduras en los brazos y en el rostro,

viejas heridas sin curar, ojos hundidos de mujeres que llevan días y

días sin comer.

—Ha sido él —me digo—. Ha sido él.

—Sujeta esto —me pide la enfermera Lawson.

Salimos otra vez, con los brazos cargados de vendas que a duras

penas cubrirán lo que necesitamos. La enfermera Braithwaite me

gesticula de manera frenética. Me arrebata las vendas y procede a

envolver furiosamente la pierna de una mujer que grita desde el

suelo.

—¡Raíz de Jeffers! —grita Braithwaite.

—No he traído —respondo.

—¡Pues ve a buscarla, caramba!

Vuelvo a la cueva, esquivo sanadoras y aprendices y falsos

soldados que se agachan sobre los pacientes, por todas partes, por

la ladera de la colina, en los remolques, por todas partes. Y no solo

hay mujeres heridas. Veo prisioneros, también infraalimentados,

también apaleados. Veo a personas del campamento que han

resultado heridas en la batalla, entre ellos Wilf, que lleva una

venda sobre una quemadura en el lateral de la cabeza, aunque

todavía sigue llevando pacientes en camillas al campamento.

Entro corriendo en la cueva, cojo más vendas y raíz de Jeffers y

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