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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Supongo que nos hemos acostumbrado el uno al otro.

Tampoco vemos apenas mujeres. Al caer la torre de comunicaciones,

todas fueron confinadas de nuevo a sus casas, excepto algunos grupos que

trabajan en los campos, preparando la siembra del año próximo, bajo la

vigilancia de soldados armados. Las visitas de maridos, hijos y padres son

ahora una vez a la semana como máximo.

Oímos historias sobre soldados y mujeres, historias sobre soldados que

entran por las noches en los dormitorios, historias sobre cosas horribles

que suceden y por las que nadie recibe ningún castigo.

Por no hablar de las mujeres que hay en las cárceles, cárceles que solo he

visto desde la torre de la catedral, un grupo de edificios reconvertidos en el

extremo oeste de la ciudad, junto a las cascadas. ¿Quién sabe lo que sucede

ahí dentro? Tan lejos de la vista de la gente, a excepción de los que las

vigilan.

Más o menos como ocurre con los zulaques.

—Por Dios, Todd —dice Davy—, menudo jaleo armas pensando tanto.

Algo que he aprendido es a ignorarlo. Sin embargo, me doy cuenta de

que esta vez me ha llamado Todd.

Dejamos los caballos en el granero cerca de la catedral. Davy me acompaña

a pie hasta el edificio, aunque en realidad ya no necesito ningún guardián.

¿Adónde iba a ir?

Al cruzar el umbral de la puerta, oigo ni nombre.

—¿Todd?

El alcalde me está esperando.

—¿Sí, señor? —pregunto.

—Siempre tan educado —sonríe, caminando hacia mí, taconeando con

las botas contra el mármol—. Últimamente pareces más tranquilo, más

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