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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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increpó a los soldados y se negó a irse con ellos. Mi madre le

suplicaba que parara, que no les provocara, pero ella… —Se

detiene y chasquea la lengua—. Siobhan dio un puñetazo al primer

soldado que intentó moverla a la fuerza. —Respira hondo—. Y

entonces hubo un gran alboroto. Intenté defenderla, pero, sin

comerlo ni beberlo, me encontré en el suelo con un pitido en los

oídos y la rodilla de un soldado clavada en la espalda. Mi madre

gritaba, pero a Siobhan no se la oía… Finalmente, perdí el

conocimiento, y cuando desperté, estaba solo en la casa.

Vuela, vuela, oímos, desde la boca de la cueva. Lejos, lejos, lejos.

—Empecé a buscarlas cuando disminuyeron las restricciones,

pero no las encontré. Busqué en cada cabaña y en cada dormitorio y

en cada sanatorio. Y por fin, en el último de ellos, la enfermera

Coyle me abrió la puerta.

Hace una pausa y alza la mirada.

—Ahí vienen.

Los murciélagos salen en remolino de las cuevas, como si alguien

hubiera ladeado el mundo y nos los tirara encima, un diluvio oscuro

contra el cielo nocturno. Durante un minuto, su zumbido hace

imposible que sigamos hablando, de manera que permanecemos

sentados, observándolos.

Son enormes, tienen las alas peludas y las orejas pequeñas y

regordetas y un punto brillante y verde de fósforo en cada una de

las puntas de las alas, que utilizan para confundir y sorprender a

las polillas e insectos que comen. Los puntos brillan en la noche y

trazan por encima de nosotros una manta de efímeras estrellas

ondeantes. Permanecemos sentados, envueltos por el aleteo, el piar

de su ruido y el vuela vuela lejos lejos lejos.

Al cabo de cinco minutos han desaparecido, han volado hacia el

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