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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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necesita en una sopa para cien. Hemos aprendido a pelar patatas y

peras más deprisa que cualquier otra persona en este estúpido

planeta.

La enfermera Coyle jura que es así como se ganan las guerras.

—Esta no es la razón por la que me alisté —dice Lee, sacando

otro puñado de plumas de la decimosexta ave salvaje de la tarde.

—Al menos alistarte fue idea tuya —comento, moviendo los

dedos dentro de mi propia ave salvaje. Las plumas revolotean por el

aire como un enjambre de moscas pegajosas y se pegan a todo lo

que tocan. Tengo pequeñas borlas verdes bajo las uñas, en la doblez

de los codos, en el rabillo de los ojos.

Lo sé porque Lee también tiene la cara llena de ellas, y el largo

pelo rubio y los pelos dorados a juego de sus antebrazos.

Noto que me sonrojo una vez más y arranco con furia otro manojo

de plumas.

Un día convertido en dos, convertido en tres, convertido en una

semana, convertido en la semana siguiente y en la semana

siguiente a esa, cocinando con Lee, lavando los platos con Lee,

encerrada en esta cabaña con Lee por culpa de tres días de lluvia

incesante.

Y aun así. Aun así.

Algo se acerca, algo se prepara, nadie me cuenta nada.

Y sigo aquí atrapada.

Lee lanza un ave desplumada sobre la mesa y coge otra.

—Vamos a extinguir la especie si no vamos con cuidado.

—Es lo único que Magnus es capaz de cazar —añado—. Todo lo

demás es demasiado veloz.

—Toda una raza que se pierde —continúa Lee— solo porque en la

Respuesta no había ningún oculista.

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