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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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pecho de su madre con un viejo harapo. Ves a uno especialmente alto que

dirige a los demás en una de las cadenas de trabajo más rápidas. Ves a una

hembra pequeña que coloca barro sobre la cinta metálica infectada de una

hembra más corpulenta. Ves que trabajan juntos, con la cabeza gacha,

intentando evitar que Davy, yo o los guardias de detrás de la alambrada nos

fijemos en ellos.

Te das cuenta de todo eso si observas con atención.

Pero lo más fácil es no hacerlo.

No podemos darles palas, por supuesto. Podrían usarlas a modo de armas

contra nosotros, y los soldados de los muros se ponen nerviosos cuando

un zulaque alarga demasiado la mano. Por lo tanto, ahí están, encorvados

sobre el suelo, cavando, cargando piedras, silenciosos como nubes,

sufriendo y sin hacer nada para remediarlo.

Pero yo sí que tengo un arma. Me han devuelto el rifle.

Porque ¿adónde podría ir?

Ahora que Viola ya no está.

—¡Daos prisa! —grito a los zulaques, con el ruido cada vez más rojo solo

de pensar en ella.

Sorprendo a Davy mirándome, con una sonrisa de sorpresa dibujada en el

rostro. Doy media vuelta y cruzo el campo hacia otro de los grupos. A

medio camino, oigo un chasquido más fuerte.

Miro a mi alrededor para descubrir de dónde viene.

Pero siempre es el mismo.

1017 está mirándome con esa expresión desafiante. Luego desvía la

mirada hacia mis manos.

Solo entonces me doy cuenta de que las tengo aferradas al rifle.

Ni siquiera recuerdo habérmelo quitado del hombro.

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